Decía mi profesor de Economía en la Universidad que «el papel moneda no es contante ni sonante, pero los billetes hacen un ligero flufú que resulta muy agradable al oído». El caso es que la invención de los billetes y su conversión en moneda aceptada por todos supuso un proceso de virtualización del dinero que facilitó mucho los intercambios comerciales y el progreso económico de la época.

Ahora también estamos asistiendo a la invención y difusión de algo que se propone como la nueva moneda en la era de la informática: el bitcoin. Y muchos nos preguntamos si eso es una moneda realmente, o si se trata de un activo en pleno estado burbujeante. Y si es una burbuja, cuándo estallará y qué efectos producirá en la economía mundial, bastante escaldados como ya estamos después de sufrir una terrible crisis fruto del estallido de otra gran burbuja, en este caso inmobiliaria.

Por lo pronto, niego la mayor: el bitcoin no es una moneda. Y no porque no tenga el respaldo de un banco emisor o el de algún Estado (algo que históricamente no es inherente al desarrollo de una moneda que circule libremente y sea aceptada por todo el mundo) sino porque en la práctica su nivel de difusión es muy bajo o puramente marginal. Un pub situado en plena City Londinense (la meca financiera del planeta y el sitio donde supuestamente algo tan avanzado como una criptmoneda sería entendida y aceptada) anunció que aceptaría bitcoins como moneda de pago hace un par de años. En este tiempo, solo veinte personas han pagado efectivamente con bitcoins su consumición, cosa que demuestra su escasa implantación y su dificultad para pasar del mundo puramente virtual al de la realidad real.

Así pues, el bitcoin no es, al menos de momento, una moneda de curso generalizado. Pero sí aparenta ser un reservorio de valor, esto es, algo que mucha gente acepta como valioso e intercambiable por otras cosas valiosas en un momento dado. Algo, en definitiva, que se puede comprar y vender porque supuestamente tiene valor en sí, como el oro. Y, al igual que el oro, su valor oscila en función de la oferta y la demanda. Y (esto es lo más interesante) nadie sabe por qué.

El bitcoin tiene todos los elementos necesarios para convertirse en una reserva de valor: su extracción (al igual que la del oro) requiere un gran esfuerzo objetivo, en este caso de energía y capacidad de procesamiento. De hecho, a los que lo elaboran los bitcoins, a base de resolver complejos algoritmos cuya utilidad no tengo muy clara pero parece ser que resultan de gran interés para determinadas compañías, se les llama 'mineros'. Además, por propia decisión en el diseño inicial de su creador o creadores (cuya identidad no está del todo acreditada) es un bien limitado y escaso. Igual que el oro, que solo se crea en grandes eventos estelares de carácter muy inusual y catastrófico y cuya capacidad de extracción en la Tierra tiene los días contados.

Y ahora viene la cuestión de si estamos en plena burbuja del bitcoin. La primera burbuja documentada de la historia fue la de los tulipanes en Holanda en el siglo XV. Ejemplares de estas bellas y exóticas flores llegaron a valer como una buena casa de la época, constituyéndose en un objeto de deseo generalizado y de especulación salvaje. Todo para acabar como el rosario de la aurora, con desgraciados inversores arruinados y múltiples suicidios. De la misma forma, un bitcoin, que valía apenas 300 euros en su momento inicial, actualmente cuesta 10.000. Bajó algo cuando el Gobierno chino prohibió su uso y emisión, pero se recuperó inmediatamente. Los expertos dicen que podría valer 50.000 o 100.000 euros este próximo verano, haciendo ricos a sus afortunados poseedores. O no.

No tengo la más mínima duda de que todos esos compulsivos y frenéticos compradores de lotería que en estos días no se dejan ni un décimo de Navidad sin adquirir, hasta en la más cutre de las gasolineras o venta por la que pasan, harían mucho mejor en jugarse sus cuartos comprando bitcoins. Aunque mejor aún emplearían su dinero como la hace Pablo, un ingeniero informático que trabaja para mí, que compra bitcoins y se deprende de ellos en cuanto bajan algo o en cuanto suben mucho, sacándose un buen sueldecillo en el trasiego. Al fin y al cabo, y sea lo que sea el bitcoin, si eres prudente deberías tratarlo (lo dice la vieja y popular copla) «como la falsa mone'a, que de mano en mano va, y ninguno se la que'a».