Imagínese que usted es un entrenador profesional y lo contratan para entrenar a un equipo ciclista. En su equipo tiene al ganador del último Tour de Francia, a un grupo de jóvenes (uno de los cuales no sabe montar en bici, otro padece un trastorno que le ocasiona fobia a las bicicletas y los otros son ciclistas aficionados, no especialmente dotados; uno de ellos, además, no sabe español), también tiene en su equipo a una persona a la que le falta una pierna y a otra de 80 años, enferma del corazón. Usted le plantea al presidente de su club ciclista si sería posible que la persona a la que le falta una pierna participara en los juegos paralímpicos, la persona anciana en un campeonato para la tercera edad, los jóvenes en un campeonato amateur y el deportista de élite en la Vuelta Ciclista a España.

El presidente le contesta que no, porque eso sería discriminatorio, lo que va en contra de la política del club; y le dice que todos han de correr en la misma prueba. Más aún, como el club tiene a gala su política de igualdad (ciclismo inclusivo, lo llaman), le exige que todos los corredores deben llegar a la meta a la vez. Eso sí, hay que hacerlo mejor que los otros clubes ciclistas y, además, previamente ha de elaborar un informe detallado sobre qué plan de entrenamiento va a seguir. Pero no puede emplear las técnicas que considere más efectivas como profesional, sino que solo puede poner en práctica las que vienen recogidas en el listado de estándares de la práctica ciclista que, además, deberá evaluar diariamente según el grado de consecución de los mismos por parte de cada uno de los deportistas. Además, deberá elaborar un plan de recuperación para aquellos que no les dé la gana asistir a los entrenamientos y para aquellos nuevos ciclistas que se incorporen a mitad de temporada, provenientes de otros clubes.

Dicho informe deberá contener, también, qué medidas motivadoras va a poner en práctica para que el campeón de ciclismo rinda al más alto nivel y no se aburra en las competiciones, cómo va a lograr que supere su aversión el joven con fobia a las bicicletas y qué medidas va a implementar para que le crezca la pierna a la persona coja; en caso de no lograrlo, al final de la temporada deberá proponer los planes de mejora pertinentes para conseguirlo al año siguiente, junto con una memoria de todos los entrenamientos practicados.

Asimismo, debe realizar cursos de actualización como entrenador, asistir a reuniones semanales con otros entrenadores, y atender a las familias de los corredores. Por último, debe realizar un cursillo de cirugía cardiaca de urgencia por si el anciano sufre un ataque al corazón y hay que operarlo sobre el asfalto; si se produce esta eventualidad es muy importante que siga el protocolo al pie de la letra, si no quiere incurrir en responsabilidades penales en caso de que surja alguna complicación durante la intervención.

Como habrá podido suponer, el ejemplo anterior es una caricatura (lo admito), del día a día de los profesores. Los problemas de nuestro sistema educativo son variados. Pero uno de ellos surge del empecinamiento en no reconocer una obviedad: no todos los alumnos tienen las mismas capacidades ni los mismos intereses. Cualquier reforma educativa que trate de obviar las diferencias entre los alumnos, especialmente en la etapa de Secundaria, solo lo logrará perjudicando la excelencia e igualando a todos los alumnos por abajo (si Usain Bolt y yo corremos los cien metros lisos, y se establece que debemos tardar lo mismo, para evitar que yo sea discriminado, es evidente que él tendrá que ir a la pata coja).

Está claro que no todos los seres humanos tenemos las mismas capacidades e intereses, ni en el plano físico ni en el intelectual. Sin embargo, esta evidencia, perfectamente aceptada en lo que a las competiciones deportivas se refiere, no se admite (por cuestiones ideológicas) en algunos terrenos (como las políticas de igualdad de género y las educativas), aunque la realidad se mantenga tercamente ajena a las consignas de la corrección política. Lógicamente, nadie duda de la conveniencia de poner en práctica medidas de atención a la diversidad para ayudar a los alumnos con problemas de aprendizaje (lo cual no debe confundirse con que todo aquel que sea diagnosticado con algún trastorno deba aprobar necesariamente, so pena de que el profesor sea acusado de no haber tenido en cuenta las dificultades del alumno; dicho de otro modo, se puede ser TDAH o disléxico y, además, no querer esforzarse, como también se puede ser un gandul de altas capacidades), pero no hay que impedir que los alumnos con una mayor motivación e interés en el estudio puedan alcanzar el más alto grado de excelencia del que sean capaces.

Sin embargo, en vez de reconocer abiertamente estas diferencias y establecer distintas vías para obtener el título de Graduado en Educación Secundaria, nuestro sistema educativo establece una ESO básicamente igualitaria, pero en la que se admiten (ya que la realidad es muy obstinada) ciertas excepciones (Programas de Refuerzo Curricular, Programas de Mejora del Aprendizaje, Adaptaciones Curriculares Significativas?) que, por insuficientes, no sirven para solucionar el problema de la extrema heterogeneidad de las aulas.

Por concretar un poco más: un profesor puede tener en 3º de ESO una clase con más de 30 alumnos, dos de ellos con una ACS, dos de altas capacidades, cuatro con TDAH, tres con problemas de desestructuración familiar y unos cuantos más, simplemente, sin ningún interés por el estudio y varios años de desfase curricular.

Si tiene suerte y todos hablan correctamente el español, y si además logra mantener de alguna forma la disciplina, tal vez pueda atender a todos? igual de mal.