Un familiar próximo, amigo de escaparse en vacaciones con sus hijos, no a las playas, ni a las grandes urbes sino, por el contrario, a la naturaleza, a los parques más aparentemente inaccesibles y/o retirados del mundanal trasiego, me contaba este año al volver de «los montes Pirineos que nos separan de Francia€» que aquello parecía el asalto a la verja de la virgen del Rocío, mismamente o marismamente€ Que incluso para visitar ciertos lugares recomendados por su salvaje belleza había colas inacabables a fin de pasar por el torno de control. Que la avalancha de personal era ya apabullante. Y no puedo dejar de recordar, con ellos de niños en un viejo Diesel Supermitafiori, que renqueaba a cada cuesta, atravesando la acojonante, solitaria y estrecha carretera pirenAica con el fondo musical de Las Walkirias a todo trapo entre las imponentes cumbres.

Y soy consciente de que en estos casos suele producirse una dicotomía de difícil solución. Por un lado, todo el mundo tiene derecho a disfrutar del espectáculo que brinda la naturaleza por sí misma en algunos sitios privilegiados, y no va uno a aspirar la exclusividad de tal disfrute. Pero, por otro, hemos de reconocer que donde hay masificación no hay naturaleza que valga, puesto que la naturaleza deja de ser natural cuando se llena de gente. Es como aquello de los árboles, que no dejan ver el bosque, pero peor, porque el aluvión de personal no deja ver ni el bosque ni los árboles. Así pues, resulta un tanto complicado conciliar ambas cuestiones: la del derecho universal a gozar de lugares y/o parajes, urbanos o naturales, y la del derecho natural de que el patrimonio de la humanidad sea preservado de esa misma humanidad y cuidado por esa misma humanidad.

De ahí que, últimamente, estén aflorando autorizadas voces de alarma. Praga, Venecia, Amsterdam, Palma, París, Roma, Barcelona€ que están advirtiendo seriamente sobre que el turismo masivo causa más daño que beneficio a medio y largo plazo. No es solo lo que se estropea o destruye, es que, en el caso de las ciudades, afecta gravemente al hábitat y al equilibrio social, laboral y económico de sus ciudadanos, incluso en cuanto a la prestación de los servicios públicos, y de las condiciones de vida de sus propios funcionarios que han de ejercerlos y mantenerlos.

En pocas palabras, es un modelo que está dejando de ser sostenible. Lo que pasa es que si ese desequilibrio, ese desajuste, empieza a producirse también en, valga la redundancia, los entornos naturales por naturaleza, el problema adquiere síntomas de pandemia. Sea como fuera, habrá que comenzar a obrar en consecuencia.

Y si todo el mundo tiene el derecho a hacer turismo, pero el amogollonamiento de turistas perjudica el entorno tanto o más que aumenta la imposibilidad de gozarlo realmente (está claro que es directamente proporcional la masificación con la inutilidad), la cuestión está entonces en el sistema que hace que todo el mundo salga a la vez disparado a los mismos lugares en las mismas fechas. Es un problema de lógica. De sentido común. Otra cosa es conseguir encontrar los medios y la fórmula más apropiada. La actual, desde luego, es desastrosa y depredadora. Llega un ´puente´, y los aborígenes se echan por millones a pegarse trompazos en las carreteras y topazos en los lugares comunes. Llegan las vacaciones, y España se ve invadida y doblada en número de habitantes durante meses. Los mismos meses, las mismas gentes, los mismos sitios.

No soy yo el indicado para mostrar soluciones, aunque se me escurra alguna que otra. Ni soy experto, ni cobro por ello, ni me la doy de ello, ni los profesionales me dejarían hablar tampoco. Pero sí que puedo opinar. Y opino que los que se consideran tales expertos es el momento adecuado para demostrar que lo son. Los expertos están para los retos, y éste lo es, y muy gordo. Están para solucionar problemas, no para incrementarlos.

Y si no reconocen lo que está pasando, entonces es que no son los expertos que dicen ser, o que solo ven la parte económica del problema, no la visión global del mismo. Así, que se pongan a trabajar en ello, ¿no?