Cuando uno se abisma en programas de televisión como ¿Quién quiere casarse con mi hijo? acaba gravemente lesionado por caminar sobre el cortante filo entre verdad y mentira. El espectador que aún confía en el futuro de la humanidad sospecha en todo momento que los concursantes tienen que estar ateniéndose a un esperpento escrito en un guión: es imposible acumular tanta ignorancia. Tiene que ser mentira. Resulta imposible creer que una concursante no esté representando un papel cuando, por ejemplo, se asoma en Biarritz (Francia) a uno de esos binoculares turísticos que hay en algunos paseos marítimos y exclama alborozada que lo que está divisando en el horizonte es€ ¡la Antártida! Es increíble que esa persona haya logrado eludir tantos años de educación obligatoria (donde tuvo mil oportunidades para hacerse un mapa del mundo y descubrir que no hay vecindad entre franceses y pingüinos, salvo en los zoos) hasta llegar a destruir con tal saña su solar mental.

Pero ese es el mundo que viene. Un mundo en el que la verdad y la mentira se equipararán definitivamente. Un mundo en el que, como dice Kellyanne Conaway, la asesora de Trump, existirán ´hechos alternativos´. La realidad y la ficción serán perfectamente intercambiables. La niebla de la propaganda lleva envolviendo e hipnotizando a la humanidad desde el origen de los tiempos, pero internet y las redes sociales la hacen más densa y aceleran su implantación. Un dicho inglés recomienda a los periodistas: «Si tu madre te dice que te quiere, verifícalo». Pero el periodismo, aquel que se esfuerza por fabricar la verdad posible, por contrastar y exponer visiones críticas, está siendo reemplazado por el sistema de difusión de dogmas en las redes sociales, donde el primer aval de la información es ´el amigo´ que nos la hace llegar y, el segundo, el número de clics, likes o retuiteos que recibe. Por eso Facebook es imbatible: ¿quién no confía a ciegas en lo que nos cuenta un amigo?

La consultora Gartner, una referencia al definir las tendencias tecnológicas mundiales, asegura que en sólo cinco años, en 2022, la mayoría de las personas en las economías maduras consumirán más información falsa que verdadera. Más de la mitad de lo que leeremos en pantalla será una trola. Ante este panorama, Gartner advierte a sus clientes: «Con una cantidad cada vez mayor de noticias falsas, las empresas deben seguir de cerca lo que se dice sobre su marca y el contexto en el que se dice. Las marcas deberán cultivar un patrón de comportamiento y valores que reduzcan la capacidad de los demás para socavar la marca». Pero ¿y si ´la empresa´ castigada por un aluvión de mentiras es el propio sistema social y político? ¿Cómo podremos tomar decisiones si no sabemos dónde está el norte y el sur? ¿Qué ´mapa mental´ tendrán esos ciudadanos atrapados en esa densa niebla de invenciones malintencionadas?

Gartner añade en sus predicciones para el final de esta década que en 2020 «la creación de ´realidad falsa´ impulsada por inteligencia artificial superará la capacidad de la propia inteligencia artificial para detectarla, fomentando así la desconfianza digital». Y añade en su informe: «Aunque inteligencia artificial también tiene la mejor posibilidad de detectar y combatir la realidad falsificada, también ha aumentado la capacidad de crearla. Lamentablemente, la capacidad de detectar (falsedades) está rezagada con respecto a la capacidad de crear».

Cuando una información refuerza nuestras creencias somos proclives a creerla, se nos borra la frontera entre mentira y verdad. Y, además, nos apetece mucho compartir eso que apuntala y hace más altas nuestras murallas ideológicas. Y cuanto más corre una noticia, más clics generará a las webs que las producen y, por tanto, más ingresos publicitarios, lo que genera un nuevo ciclo de necesidad de bulos que halaguen a los lectores que a su vez los compartirán más y generan más ingresos. Y así hasta el infinito.

Sí, en sólo cinco años, miraremos por los binoculares en Biarritz y allí estará la Antártida.