Parece que nos hemos acostumbrado a la pobreza como si fuera un hecho normal, y quizá ya no sentimos compasión ni indignación al ver a indigentes que mendigan en nuestras calles, transeúntes 'sin techo' o imágenes en televisión de familias que sobreviven en condiciones muy precarias y de niños desnutridos en África. Pero la verdad es que «soy un hombre, y nada de lo humano me resulta ajeno» ( Terencio). Creo que, en los países más o menos ricos, hemos podido caer en una anestesia o insensibilidad moral ante esa realidad, cuando no en una completa indiferencia.

Esto es lo que el papa Francisco denomina «globalización de la indiferencia». Al denunciarla, nos exhorta a combatirla activamente con las obras de misericordia: las corporales y las espirituales. Como afirma la sabiduría popular, «obras son amores y no buenas razones». No basta con hablar y/o escribir, aunque esto sea necesario y útil. Frente a la globalización de la indiferencia, todos podemos promover (al menos con el buen ejemplo y las pequeñas acciones diarias) la «globalización de la solidaridad».

En esta línea, como fruto del 'año de la misericordia', Francisco ha instituido la 'jornada mundial de los pobres', en el tercer domingo de noviembre. La primera se ha celebrado el día 19-XI-2017, bajo el lema «No amemos de palabra, sino con obras» (1 Jn 3, 18). Ante todo, invito al lector, sea creyente o no creyente, a leer y meditar el mensaje de Francisco para esa jornada; y luego que cada uno tome las decisiones que considere oportunas. Ciertamente, «la misericordia (?) puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia a favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados» (mensaje, n. 1).

Algunos dirán que no se trata sólo de misericordia, sino que es, sobre todo, una cuestión de justicia (social). Pero no hay contraposición entre justicia y misericordia. Claro que es necesario promover políticas y leyes a favor de la igualdad de derechos y oportunidades, así como una redistribución más justa de la riqueza; pero la ley, la política y la acción de los poderes públicos no son suficientes. Además, la justicia estricta sin misericordia puede ser inhumana. De hecho, la misericordia bien entendida incluye la justicia y la perfecciona.

Si queremos que la persona (cada persona) esté en el centro, es menester mirar (con una mirada atenta, amorosa) al pobre, 'tocarle' y prestarle la atención y la ayuda que él necesita y su dignidad requiere. «No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias (?) deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida» (n. 3).

Pienso que, en la sociedad de hoy, una de las formas más extendidas y duras de pobreza es la soledad; en particular, en los países más 'desarrollados' y prósperos. Cada vez hay más personas que viven solas y/o se sienten solas, de tal modo que apenas hay alguien que se interese sinceramente por ellas o cuente de verdad con ellas. Sin duda, todos podemos hacer algo (cada día) para aliviar esa pena, aunque sólo sea detenernos un momento ante esa persona que quizá no tiene nadie que le escuche de veras.