Vivimos en un mundo sucio, macabro, falso, inhumano€ y todos los calificativos que cada cual quiera aportar. Un mundo en el que, aún hoy día, la mujer no es respetada como persona y, en muchos lugares, ni como ser humano. Ser mujer en ciertas circunstancias es un horror: «Además de las calumnias, la guerra deja una minoría silenciosa con heridas incurables, son las mujeres de las cuales los soldados, de cualquier bando, han abusado sin piedad, sometiéndolas a las más aberrantes humillaciones. Ellas son víctimas de delitos por los que nadie pagará». Pero, por desgracia, no sólo se sufren violaciones en las guerras. A diario, en nuestro país, en nuestras ciudades, en nuestros barrios, en nuestras calles, hay violaciones; de la gran mayoría no nos enteramos, de otras sí y en muchas de ellas nos llevamos sorpresas, ya que además de ser violadas, la culpan: «Hablando con mi hermana mayor, cuando le conté que había sido violada, me culpó de ello, ´te lo mereces´, me decía». Son muchas las mujeres que dan la cara y cuentan lo que les ocurrió. «Hasta hoy, guardo los rastros de un doble trauma: el abuso sexual del que fui víctima, y la violencia de mi padre hacia mí al enterarse de lo que me había sucedido».

Todo esto ocurre en una sociedad, y lo estamos viendo estos días, en que las mujeres, no se por qué, no son tomadas en serio. La sociedad no ayuda, y para qué hablar de algunos elementos de la judicatura. La Policía, en muchas ocasiones y situaciones, aún hoy día no representa una protección en sí, y es más bien fuente de problemas en este tipo de situaciones. ¿Será por esto que la mayoría de las mujeres guardan silencio? ¿Habrá conseguido la sociedad convencer a las mujeres de que hasta siendo víctimas tienen una parte de responsabilidad en lo que les ocurra? ¿O acaso el peso de los tabúes es tal que prefieren no mezclar sus nombres a historias de agresiones sexuales?

Mis reflexiones, en el día de hoy, van más allá de nuestro país; mis respetos van por todas las mujeres del mundo. Muchas de ellas moran en sociedades donde la presión es tan fuerte que incitan a padres a privilegiar las nociones de ´honor´ y ´reputación´ de sus hijas. Sociedades que fuerzan a las mujeres a proteger a sus ´verdugos´ por miedo al escándalo.

Mires donde mires, en general, la sociedad está corrompida por la hipocresía y no ´ama´ a las mujeres, las tiene como sujetos de segunda (contémplense salarios, por ejemplo), e incluso en muchas ocasiones, en caso de violación, se duda de ellas y se cree más al violador. Parece como si la mujer violada, posteriormente, tiene que recogerse, tiene que ser sumisa y resignarse a lo que el destino le ha deparado. Animo a todas ellas a que jamás abandonen, pues el poder que tienen es mayor de lo que se imaginan. No pueden ni deben aislarse en su entorno ni de su día a día. Es indecente ver estos días en el juicio que se sigue en Pamplona contra La Manada (¡qué machos!, cinco cabestros, y que me perdonen los cabestros, contra una mujer) en el que se admite un informe elaborado por detectives privados sobre la vida que llevó la chica en los días posteriores a la denuncia que interpuso por violación contra los cinco ´machotes´. Un informe que pretende probar que la víctima no sufrió ningún trauma porque durante este tiempo ha salido de fiesta y ha tenido una ´vida normal´. Pero, vamos a ver ¿qué tiene que hacer esta mujer? ¿asumir el título de esta columna: soy mujer,soy culpable? Es demencial.

La sociedad está estructurada de tal manera que muchas mujeres víctimas de violaciones, lo primero que se preguntan después de la agresión es: ¿Ha sido mi culpa? Y yo, a mi vez, pregunto ¿por qué? Ser mujer no significa ser culpable.