El otro día mi jefa soltó al aire una opinión que esperaba que tuviera una aprobación general. «Oye, los que corren con perro son muy frikis, ¿no?», dijo, buscando a la palabra friki una connotación peyorativa. Yo ladeé la cabeza, amagué el gesto de reprobación unos segundos, y respondí que yo corría con mi perra, y con mucho orgullo. Y es que a veces nos encontramos en la tesitura, aquellas personas que tienen canes, de defender un modo de vida que no comparten aquellas otras que no disfrutan de un perro en su día a día. Señalar, cuando me ven tirado en el suelo con mi perra, que es un «animal» es ser muy agudo, pero no cambiaría por nada las toneladas de pelo que me deja encima ni los litros de baba, porque a veces no sé quién hace más de ´animal´ de los dos. Si dejamos entrar en el debate la calificación de ´hijo´ o ´hija´ la historia se tuerce a terrenos peligrosos y se vuelve trifulca verbal. El sábado, mismamente, unos amigos me preguntaron si les quería más a ellos que a mi perra. Yo les invité a una cerveza. Hace poco sí que tuve un dilema, plantear el cambio de pienso a mi ´cachorra´, de una alimentación digamos infantil a una de adultos. Es en ese preciso momento en el que algo dentro de mí, también como a los padres de un hijo que abandona poco a poco las más tiernas etapas de la infancia, se resquebraja, teniendo, sin más remedio, que aceptarlo.