Teníamos dudas de si saldríamos o no a superficie y me puse a rezar». Ojalá esta frase la pronuncie dentro de unos días uno de los 44 tripulantes del submarino de la Marina argentina desaparecido hace diez días, pero sería prácticamente un milagro que los encontraran con vida, sobre todo, tras saber que el día en que dejó de dar señales, sufrió una explosión, una información que los responsables del país sudamericano y su Gobierno han mantenido oculta a sus familiares, alimentando una esperanza que, ahora, han hecho trizas.

Las declaraciones con las que se inicia este artículo son de uno de los sesenta marinos que se encontraba a bordo del submarino español Tramontana el jueves 11 de diciembre del año 2008, cuando la nave sufrió una vía de agua de forma inesperada que a punto estuvo de llevarse a pique al sumergible con los militares dentro. «Sólo soltó el timón cuando ya se encontraban en superficie. Y rompió a llorar desconsoladamente. Acababa de salvarle la vida a sus sesenta compañeros de tripulación. La sangre fría y, sobre todo, la experiencia del marino que ocupaba el puesto de timonel fueron lo que evitó que todos acabaran en el fondo del mar», relataba la crónica sobre este episodio que publicó este periódico. Afortunadamente, aquellos uniformados lograron contarlo, pero el incidente reveló una deficiente información del suceso por parte de las autoridades españolas, que se compensó con las versiones que ofrecieron quienes lo sufrieron y relataron la realidad de lo que estuvo a punto de convertirse en una tragedia. El tremendo susto también evidenció la necesidad de una renovación de los sumergibles españoles, que nueve años después aún sigue pendiente y con múltiples dudas sobre su diseño, sus plazos y, sobre la flotabilidad de las futuras naves, que se puso en tela de juicio en 2013 y que aseguran que se han resuelto con un rediseño de los sumergibles. Y es que la construcción de los nuevos submarinos S-80 para la Armada española se ha convertido en una de esas historias interminables a las que tan habituadas estamos por estos lares, como el inicio de las obras del Anfiteatro Romano, la llegada del AVE o la puesta en marcha del aeropuerto de Corvera, por citar sólo algunas.

Cabe señalar que el submarino Tramontana fue botado en 1984, por lo que ya cuenta con más de treinta años operativo en la Armada española. No soy ningún experto en el tema, pero siempre que he consultado a quienes sí lo son, me han asegurado que la vida media útil de cualquier buque ronda las tres décadas y que, en el caso de un submarino, se debe tener en cuenta que las complicadas condiciones de navegabilidad que soporta lo convierten en una nave más sensible que las de superficie. Pese a ello, nuestra Defensa mantiene en su lista oficial a tres de los cuatro sumergibles de la serie 70: el Galerna, el Mistral y el Tramontana. El cuarto de ellos, el Siroco, fue dado de baja en 2012, hace ya cinco años, por la falta de presupuesto que había en plena crisis para someterlo a una nueva gran carena, que suponía una revisión y renovación completa de todos los sistemas y equipos de la nave, a la que se renunció, entre otras cosas, por tratarse de una unidad que ya sumaba entonces treinta años.

No entraré en si la Marina de un país como España está cubierta con solo tres submarinos, sobre todo, porque su situación geoestratégica es más que clave, por ser puerta de entrada para quienes procede del norte de África y para quienes quieren acceder al Mediterráneo por el Estrecho de Gibraltar. A ello, hay que sumar que estas naves son sometidas continuamente a revisiones periódicas de mantenimiento imprescindibles para garantizar su seguridad durante su navegación, lo que provoca que, prácticamente, sólo haya dos sumergibles operativos y, durante algunas épocas, solamente uno. Tampoco es mi intención generar ningún tipo de alarma ni voy a poner en duda que las condiciones en las que se encuentran los submarinos españoles son excelentes para surcar los fondos de los mares y océanos, porque me costaría creer que los mandos militares y las autoridades civiles pusieran en riesgo las vidas de sus tripulantes. Así que doy por hecho que están en plenas condiciones para una navegación segura, como no puede ser de otra manera.

Sin embargo, creo que esos mismos mandos y autoridades y los expertos en industria naval no dudarían en señalar que nuestros submarinos están viejos. Y no van a durar para siempre. No obstante, Defensa tiene previsto llevar a cabo una quinta gran carena de los sumergibles para prolongar su vida, debido al retraso que está sufriendo la construcción de los nuevos S-80. La fecha de disponibilidad de los nuevos y modernos submarinos sigue siendo un misterio para la Armada española. Ya nadie se atreve a dar una fecha ni aproximada sobre cuándo podrá ponerse a flote la primera de las unidades de esta nueva serie.

Me consta la profesionalidad y la capacidad de Navantia para ser líder mundial en construcción naval, como me constan las dificultades de financiación que la empresa estatal tiene desde hace años para desarrollar su labor y mantener sus empleos. Una cosa es que la inversión en Defensa no sea prioritaria (algo más que dudoso) y otra que nuestros militares se vean obligados a cumplir sus misiones y jugarse la vida con lo justito. Aunque, como reza el lema del arma submarina, ellos estén preparados para todo.