Aunque ha habido considerables avances en las últimas décadas, no hace falta decir que en las sociedades actuales sigue existiendo una clara moralidad machista con respecto a la sexualidad. Por ejemplo, todavía hay quien piensa que la hembra que lleva minifalda incita a los machos alfa y que eso incluso justifica que se la persiga desde la discoteca hasta su casa o que se le diga improperios por la calle. Si hablamos de relaciones sexuales, si una mujer tiene muchas relaciones sexuales es una puta, pero si es el hombre el que tiene muchas relaciones sexuales no es un puto, sino un putero, que (curiosamente) vuelve a convertir en puta a la mujer. En lo que respecta al trabajo, la sumisión laboral de la mujer no solo afecta al ámbito salarial, sino también al plano sexual, donde algunos hombres utilizan su poder para acosar sexualmente a las mujeres. Ejemplos como los destapados en Hollywood estas últimas semanas son solo la parte más visible de esta conducta. Si eso sucede en Estados Unidos, imagínense lo que sucederá en países con menor control legal. Por otra parte, con respecto a la sexualidad de la mujer, las estadísticas siguen señalando que los hombres no saben follar, y que el número de mujeres sexualmente insatisfechas aumenta. Esto se debe, en parte, a esa transmisión cultural (y, actualmente, pornográfica) de que la satisfacción sexual de la mujer es menos importante que la satisfacción sexual del hombre. Debido también en parte a esa idea, las leyes que condenan los delitos sexuales contra la mujer son extremadamente blandas, especialmente el de violación, que debido a los destrozos psicológicos que produce merece sin lugar a dudas cadena perpetua. Basta recordar que solo con las cifras oficiales, cada ocho horas es violada una mujer en España.

Con respecto a las mujeres, ¿qué decir? Desde hace ya muchos años vengo afirmando que los colectivos feministas, con sus interpretaciones erróneas, le hacen el juego al machismo más sexualizado. Mientras el feminismo rancio lucha por estupideces como incorporar palabras a la RAE como 'miembros' y 'miembras', miles de mujeres en el mundo sufren ablaciones, discriminación laboral, violaciones, lapidaciones, salarios inferiores, acoso sexual, bodas concertadas, explotación sexual, etc. La transmisión sexual del colectivo feminista no ha ido enfocada precisamente a mejorar la defensa de los derechos de la mujer, sino a vulgarizar su sexualidad y, en todo caso, a exigir poder imitar los peores comportamientos sexuales del hombre, como el famoso eslogan de «hagas lo que hagas, quítate las bragas». El grado de absurdez de este colectivo ha llegado a tal punto que el hecho de que un hombre le pague la comida a una mujer o le ceda el paso se ha convertido en el símbolo del machismo por excelencia. Por otra parte, actos como levantarse la camiseta en San Fermín y enseñar las tetas no dejan de ser ciertamente lamentables, porque no ayudan a reclamar la igualdad de la mujer, sino a sexualizarla aún más. Si la igualdad entre hombres y mujeres se reduce a que mi sobrina, por ejemplo, pueda enseñar las tetas en un San Fermín, entonces es que no hemos aprendido nada. Mi sobrina será igual que un hombre cuando pueda pasear por la calle sin que nadie la persiga por llevar minifalda, cuando cobre lo mismo que un hombre por realizar el mismo trabajo, cuando su sexualidad tenga la misma importancia que la de un hombre, cuando sea tratada igual que un hombre en todos los ámbitos de su vida, profesional, familiar, sexual, legal, emocional y laboral. De lo contrario, lo único que estamos haciendo es seguir reproduciendo una y mil veces los mismos errores.