Hace unos días pudimos ver por televisión y por internet las entrañables imágenes de un golden retriever saltando a las aguas del río Hudson en Long Island, Nueva York, para salvar a un pequeño cervatillo que se estaba ahogando. Storm, que así se llama el perro, se metió en el río sin pensárselo dos veces y (cogiendo del cuello al cervatillo) lo sacó del agua y lo llevó a tierra firme. Después, comenzó a lamerlo y a empujarle para que se pusiera en pie. Como el cervatillo no reaccionaba, se tumbó sobre su vientre y se quedó a su lado dándole calor hasta que llegó el equipo de rescate al que había llamado su dueño. Cuando el equipo de rescate lo llevó al centro de recuperación vieron que el cervatillo estaba lleno de garrapatas, cortes y magulladuras en la cabeza. En contraposición, más o menos por esas mismas fechas, pudimos ver también por televisión y por internet a unos jóvenes arrojando a un gato desde lo alto de un edificio mientras se tronchaban de risa. Llámenme ustedes loco si quieren, pero, en el caso de tener que sacrificar a alguien, yo votaría por sacrificar a algunos seres humanos antes que a algunos animales. Ya sé que son manías mías, pero me siento más seguro viviendo al lado de un perro que salva cervatillos que al lado de un pirado que mata gatos.

Lógicamente, no voy a decir (porque es políticamente incorrecto) que pienso que se podrían utilizar a este tipo de individuos para realizar con ellos los crueles experimentos que se están ejecutando en los animales para la supuesta ´mejora´ de la calidad de vida humana, pero sí que voy a decir que las leyes contra el maltrato animal deberían ser muchísimo más duras. Y deberían ser muchísimo más duras porque detrás de un maltratador de animales hay un asesino en potencia.

Las leyes, aparte de para castigar las malas acciones, también deben servir para proteger a la sociedad de cierto tipo de individuos potencialmente peligrosos y para prevenir sus futuros delitos. Cuando una persona tira a un gato desde una azotea, o le corta la cabeza, o lo quema vivo, sin lugar a dudas está manifestando un trastorno mental grave. Si atendemos a aspectos psicológicos básicos, podemos decir que esta persona primero disfrutará observando el sufrimiento de un animal, pero -con muy alta probabilidad- luego disfrutará violando a otra persona, o maltratándola, o torturándola, o asesinándola. Por eso, debemos prevenir antes que llorar, y para ello no queda más remedio que endurecer las leyes contra este tipo de conductas no solo por el asesinato de un animal (que ya de por sí es un terrible delito) sino por lo que se pueda derivar. De lo contrario, los legisladores serán cómplices por negligencia de las futuras malas acciones de este tipo de delincuentes.

Cuántas veces no hemos visto maltratadores que con el tiempo terminan matando a sus mujeres. O ladrones que con el tiempo terminan volviéndose más violentos y asesinando a unos ancianos. O jóvenes inicialmente agresivos que terminan asesinando y tirando a un río a su novia. No seamos ingenuos en este tipo de casos, no seamos políticamente correctos; quien disfruta asesinando a un animal disfruta asesinando. Que sea un animal o sea una persona, para ellos es solo cuestión de tiempo.