El Petén es el departamento septentrional de Guatemala, que ocupa un tercio de la superficie del país, en su mayor parte selvática. Guarda espectaculares conjuntos arquitectónicos mayas, dispersos entre un espeso y misterioso mundo verde. Desde mi primera estancia en el país, agosto de 2008, supe del trabajo arqueológico que se realizaba en el yacimiento de El Mirador, en los límites de la frontera con México, así como de su difícil acceso; y quise visitarlo. Tras numerosas dilaciones y anulaciones, casi siempre relacionadas con la coincidencia de mis viajes con la época de lluvias, este año acordé con mis alumnos Telma y Baudilio, compañeros de otros numerosos viajes por el país, que no habría más retrasos que lamentar, y aun sin que se diera por finalizada la época lluviosa (de mayo a noviembre, que allá llaman ´invierno´) nos decidimos por la aventura. Mis alumnos aportaron algunos amigos y familiares, así que preparamos una excursión de ocho expedicionarios, recibiendo en el arranque la aportación de dos jóvenes aventureros alemanes, que se fundieron con nosotros en un ejercicio, tan breve como intenso, cooperativo y familiar. La expedición incluyó seis guías y ya desde el principio, y ante la lluvia persistente, seguimos el consejo de alquilar ocho caballos y mulos, que fueron decisivos para atravesar el inmenso pantanal al que tuvimos que hacer frente al regreso.

A la aldea de Carmelita, base de partida, se llega desde Flores y su hermoso lago por una carretera miserable (la ´terracería´ guatemalteca) de 60 kilómetros, que exige tres horas y media. La cooperativa que asume los viajes por la selva organiza la excursión en dos jornadas de 18 y 22 kilómetros, respectivamente, con noche en el campamento de El Tintal, otro importante yacimiento maya. El tercer día lo dedicamos a recorrer el conjunto arqueológico del Mirador, tenido por los arqueólogos (que trabajan dos o tres meses al año, en junio/agosto) como el más importante del área maya centroamericana; nuestros guías, que también trabajan con ellos en esos meses, no ocultan su desesperación por la lentitud de los trabajos ya que, si bien el conjunto está delimitado, con la identificación de la gran mayoría de sus elementos, el trabajo es tan lento que no dan menos de cuarenta años para que todo quede limpio y visible (como en Tikal, maravilla maya que constituye la joya de la corona turística en esta región agreste).

El Mirador se inscribe en la Reserva de la Biosfera Maya, compartida con México y Belize, que ocupa una superficie de 21.600 km2 en la parte guatemalteca. La ocupación humana se inició hacia el 800 a.C., con su máximo esplendor en el Preclásico tardío (250 a.C./250 d.C.), dominando lo que los estudiosos llaman el Reino Kan una extensa área de los tres actuales estados limítrofes actuales; la ruina sería total tras el Clásico tardío (550/900 d.C.). El espectacular conjunto muestra 35 grupos triádicos (entidades arquitectónicas integradas, pero ´autónomas´, por una pirámide mayor y dos menores, complejo astronómico, acrópolis, juegos de pelota, calzadas de interconexión, sistemas hidráulicos, monumentos escultóricos, frisos con petroglifos€ todo ello decorado con estuco sobre la piedra y pintado en marrón, como puede verse en numerosos puntos, que han desafiado un clima de lluvias constantes durante medio año.

La unidad monumental más espectacular, llamada de la Danta (el tapir), está conectada al conjunto por una calzada de 600 metros, y pasa por ser la estructura piramidal mayor del mundo, ya que se compone de una plataforma escalonada de 300 por 280 metros, con dos niveles superiores, también escalonados, y una altura total para la pirámide principal, o acrópolis, de 77 metros. El tiempo se apiadó de los (devotos) expedicionarios y nos permitió desde la Danta saborear la puesta de sol hasta su consunción, lo que nos produjo un descenso en tinieblas (el momento de las linternas, imprescindibles), ya que la rapidez del crepúsculo tropical es sorprendente. Parecida experiencia vivimos al día siguiente, en el regreso por El Tintal, desde la cúspide de la pirámide del Enequén.

De mi experiencia personal (bien regada de adrenalina, como exige el guión en un tenso entorno de imprevistos y emociones) prefiero destacar la admiración que me produjeron los jóvenes guías, duchos y curtidos, ingeniosos y cordiales: ¡qué buena gente! Todo lo cual se puso en evidencia en el paso (de nosotros mismos y de las laboriosas bestias) del río llamado Arroyón, salido de madre por la intensa lluvia de la noche anterior. Sin olvidar la huella del jaguar (en un espacio de máxima densidad mesoamericana), la visita en la noche de la coral, la mala suerte de la cascabel que nos interceptó (y que acabó siendo complemento de la cena: su sabor, agradable, me recordó al pescado seco del Mediterráneo), el acoso ´territorial´ de los monos aulladores (que yo llamo roncadores por el estruendo que provocan, similar al de la sierra mecánica de un taller antiguo€), la compañía de los monos araña, de silueta inquietantemente humana€ y el aleteo y griterío de aves ruidosas y coloristas. La selva sobrecoge por un poder latente que, si se aceptan sus lecciones, llega a inspirar una sensación de amparo: da de comer y beber, suaviza los recurrentes chaparrones, y marca, con sus signos sugerentes, los mil caminos de la vida en libertad€

Todos disfrutamos de la ceremonia maya que oficiaron, ante la pirámide de la Garra el León, mi alumno Baudilio, de la etnia achí, y sus acompañantes, más extensa y profunda que la que ya había presenciado ante la laguna sagrada que ocupa el cráter del volcán Chicabal, al que ascendimos hace un tiempo; y que celebró a partir de la invocación de los nahuales de los presentes (Baudilio, ¿te consideras brujo, chamán€? No, profesor, nosotros somos ´contadores del tiempo´€). Y, como en otras visitas a la floresta guatemalteca, evoqué la epopeya de todas las guerrillas del trópico latinoamericano, que Mario Payeras, comandante y escritor, poeta y ecologista, tan bien supo transmitir en Los días de la selva (1980).

(Con estas vivencias comprenderán ustedes que el procés, lo que se dice el procés, haya ocupado más bien poco en el feliz tiempo de mi inmersión en la jungla).