24 de diciembre. Ha pasado casi un año desde aquella Nochebuena que sería diferente a las demás. Acudes al hospital tratando de solucionar esas molestias que te atormentan durante los últimos meses. Esperas en la sala de espera del hospital, pero esta vez lo haces con más nerviosismo del habitual. Sabes que en unos minutos tus peores pesadillas pueden confirmarse. Horas después, se confirmó. Sin embargo, la vida siguió. Pero diferente. Te sentiste fuerte o tus energías se las comió la angustia. Pero a partir de aquel momento tu agenda quedó marcada con visitas médicas, pruebas y tratamientos. Y entonces tal vez querrías gritar o llorar o, simplemente, callar y pensar. Tratar de asimilar. Tratar de acostumbrarte a la absurda idea de que tu páncreas ya no funciona. Y ese no será el único cambio que sufrirá tu cuerpo, también cambiarán tus hábitos y sobre todo tu manera de afrontar la vida. Es absurdo, pero lo cierto es que a veces necesitamos pequeños toques de atención, para agarrarnos a la vida, para vivir y dejar de dar importancia a aquellas cosas que no la tienen.

Cada uno afronta la enfermedad como puede y como quiere, pero desde el lado de los sanos es muy fácil hablar y apelar a la fuerza, las ganas de luchar. Y entonces te sueltan el famoso ´anímate´ y el ´tranquila, no pasa nada´. Es mucho más complicado empatizar con el enfermo ante el dolor y el miedo y decirle «no sé qué va a pasar, pero voy a estar a tu lado, ayudándote en lo que pueda». Porque nos da miedo tener miedo, nos da miedo afrontar los cambios y en definitiva todo aquello que no podemos controlar. Lo que se escapa de nuestros dedos, porque nos da miedo el dolor, la tristeza y el sufrimiento. Y es normal, tenemos que sentir miedo, porque creo, sinceramente, que taparlo bajo una alfombra de felicidad permanente y de optimismo no ayuda en absoluto.

Y lo cierto es que la diabetes no es una enfermedad terminal. Es más, me niego a decir que somos personas enfermas, prefiero pensar que solo se trata de una dificultad con la que hay que aprender a vivir. Porque se aprende a vivir con esta y con cualquier otra dificultad.