Soy plenamente consciente de que, en los tiempos que corren, voy a ser políticamente incorrecto y de que me voy a meter en un charco del que voy a salir más que mojado. Y es que una cosa es respetar la orientación sexual que pueda tener cada persona y otra muy distinta orientarla y condicionarla desde la más tierna infancia, con iniciativas y campañas que, al menos en mi opinión, rozan los límites de lo absurdo. Así que allá voy.

Mi sobrino de cuatro años quiere ser Hulk (nuestro La Masa de toda la vida) cuando sea mayor. Me lo dijo el otro día, mientras apretaba los puños con toda la fuerza de la que era capaz. Lo vi lo más normal del mundo para un pequeño de su edad y no le pregunté si no prefería ser una princesa de Disney o una superheroína, como sus primas de 5 y 6 años. Por lo único que le interrogué fue por si se había percatado de que sería de color verde. Por supuesto, le dio igual.

Tampoco le preocupaba mucho a mi hija de 6 años la conversación que teníamos un amigo y yo en la playa el pasado verano, mientras ella desfilaba y posaba imitando a una modelo de pasarela. «Tiene muy asumido el rol femenino», comentó mi amigo mientras la observaba y con cierto punto crítico. «Es que es una niña», apunté yo.

No les aburro con más anécdotas sobre esta cuestión, sólo agregaré que cuando llevo a mis pequeñas al colegio, observo que la mayoría de los niños llevan mochilas con imágenes o escudos del Real Madrid o del Barça, o bien de algún superhéroe, como Spiderman, Hulk o el Capitán América, o de personajes de Disney, como Rayo McQueen y similares. Por su parte, las mochilas de buena parte de las niñas son de color rosa y lucen estampados de princesas de Disney, de la serie juvenil Yo soy Luna o de la superhéroe que se disfraza de mariquita, Ladybug, entre otras. Hay una serie cuyos protagonistas se repiten también mucho tanto en las mochilas de las niñas como en las de los niños. Se trata de los perritos arreglalotodo de La patrulla canina, aunque en el caso de ellos se decantan por los canes masculinos, como Zuma, Chase o Ravel, mientras que las pequeñas prefieren a la perrita Skye o a su compañera Everest. Por cierto, esta última se ha incorporado a la serie tras las quejas de algunos colectivos por la abrumadora mayoría de machos en la camada canina que, hasta su llegada, contaba con cuatro perros y solo una perra. Afortunadamente, los guionistas de este gran éxito de la televisión infantil no se han entrometido en la posible identidad u orientación sexual de los cachorros a los que dan vida. Aún.

El abordaje de esta cuestión se debe al anuncio por parte del ayuntamiento de Cartagena de la puesta en marcha de la segunda campaña contra los juguetes sexistas, en la que esgrime que «los juguetes pueden reforzar o contribuir a superar los estereotipos relacionados tradicionalmente con los roles de género». Quizá el problema radique en qué entendemos, a día de hoy, por rol masculino y rol femenino, pero no me negarán que hay juguetes, películas y juegos propios de niñas y otros propios de niños. De hecho, las jugueterías y grandes almacenes los clasifican teniendo el cuenta este factor y nadie se lo afea o se lo reprocha. También es verdad que hay juguetes cuyo público potencial son tanto ellos como ellas y que son igual de buenos y divertidos. El caso es que al final da igual qué les regalemos y cuánto nos gastemos, porque ellos se ilusionan más con la caja que con el contenido y son capaces de alucinar con un simple palo, como el niño del famoso anuncio. En definitiva, ellos juegan con quien quieren, a lo que quieren y con lo que quieren. Y así debe ser. Eso sí, siempre bajo el control y supervisión que tienen que ejercer unos padres responsables. No obstante, les animo a leer las cartas que, en apenas unos días, les escribirán a los Reyes Magos los niños que tengan más cercanos y comprobarán que ellas piden muñecas y ellos balones de fútbol. Habrá quien vea algo malo en ello, pero yo no acierto a encontrarlo. Y aunque admito que todavía queda quien piensa que las escobas de juguete y las cocinitas son más propias de las niñas, creo que, en pleno siglo XXI, el debate de la necesidad del reparto de las tareas domésticas está superado o, al menos, debería estarlo.

Sólo quiero añadir una reflexión más, que pasa por darle un tremendo gracias a mi madre por luchar como una jabata para sacar adelante a sus seis hijos, por cuidarnos y llevar todo el peso de una casa de una familia más que numerosa. Como también le debemos un gracias enorme a mi padre, por buscarse la vida y cumplir con tres trabajos que le robaban el sueño y tiempo de estar con sus hijos, pero que eran necesarios para el sustento de todos. Podría haber sido al revés y no hubiera pasado nada, o sí. Y no sé si mis padres encajan en ese modelo estereotipado que marca el rol de género que le asignamos a algunos juguetes. De lo que no tengo ninguna duda es de que para mí y para mis cinco hermanos mis padres han sido, son y serán siempre un ejemplo.

Estoy de acuerdo con el lema de esa campaña secundada por colegios, centros de salud y jugueterías contra los juguetes sexistas, que dice lo siguiente: «No pongamos límites a su imaginación». Sólo añadiría una cosa más, tampoco la coartemos ni la condicionemos. Gracias, papás, por dejarnos ser simplemente unos niños. Y, por supuesto, no me voy a privar de regalarle esta Navidad a mis hijas alguna de las muchas muñecas que me piden cada vez que abren un catálogo de juguetes ni de jugar con mi sobrino a ver quién de los dos es más fuerte. Sólo espero que nadie se escandalice ni me señale por ello.