No fui a la Universidad creyendo que era el templo del saber y me encontré con una especie de COU algo avanzado en el que se trataba de estudiar en apuntes en vez de en libros. Eso era todo. Apenas tuve oportunidad de conocer en serio el método científico, las prácticas, con unas pocas excepciones, fueron una mera repetición de formularios y protocolos de laboratorio, y la reflexión, la crítica científica o la formación integral estaban casi completamente ausentes de las aulas. Profesores tuve que llevaban desde hace años los mismos apuntes plastificados en los que incluían las bromas. La hemeroteca inexistente, las actividades complementarias nulas. Sólo a partir de cuarto, y por mi propio interés y el apoyo de algunos profesores jóvenes, comprendí algo más de qué iba eso de la ciencia.

No negaré que la Universidad me sirvió, además de para pasármelo muy bien y crecer como persona, para tener una idea genérica de las cosas y para entrever cómo hacer luego para aprender de verdad las cuestiones que me interesaran, pero eso no me parecía suficiente para una institución que se supone que es vanguardia del conocimiento y una importante base para el progreso de la sociedad.

De esto que les digo ha pasado ya algún tiempo y por eso creo, o sé porque ahora tengo también la oportunidad de vivirlo desde otra barrera, que las cosas han cambiado. Sin embargo creo que falta mucho camino por recorrer, y por eso me atreveré a aportar un par de reflexiones a vuela pluma. En primer lugar, los planes de estudio no se pueden hacer por el interés de los Departamentos de tener más o menos asignaturas y más o menos plantilla de profesorado, sino por el desarrollo científico y profesional del alumnado.

En segundo lugar, no se puede cargar a los estudiantes con horas y más horas de materia pura (a veces las mismas materias de siempre con menor número de créditos) olvidando el necesario espacio para el trabajo en grupo, los seminarios o las consultas en la hemeroteca. En tercer lugar, los investigadores jóvenes de tercer ciclo, que a veces son los que realmente llevan el peso de la producción científica de la Universidad, y los profesores asociados, que hacen lo propio con la docencia, no pueden seguir malviviendo sin apoyos o, en el mejor de los casos, con becas de miseria, temporales, lábiles, que hacen que la ansiedad por el futuro impida el trabajo científico sosegado y que a veces generan una competitividad malsana.

En cuarto lugar, el profesorado se debe seleccionar por criterios exclusivamente docentes y de méritos y no por la cercanía más o menos explícita o tal o cual catedrático o escuela. En quinto, y acabo, se debe buscar un adecuado equilibrio entre especialización y generalismo, porque no se puede consentir tanto que un graduado en medicina no sepa dónde está el hueso fulanoides como que no sepa responder a la demoledora pregunta de si el Everest es o no es navegable.