Los niños actuales ya no se asuntan con Halloween. No se asustan con Halloween ni con nada. Vas con un dedo atravesado por una punta y te dicen «eso es sangre de los chinos», y tú te quedas con cara de idiota diciendo «para lo pequeñitos que son, qué listos son los muy jodíos». Y es que hoy en día los niños se las saben todas. No como nosotros, que veíamos un condón por la calle y pensábamos que era un globo que había quedado de un cumpleaños. O veíamos una mujer con ropa ligera en la Casa de Campo y nos preocupábamos por si pasaba frío. Hoy no.

Hoy los niños son listos como el hambre. Con seis años ya han montado en el Dragón Khan; con ocho han visto El exorcista y con doce, La guarra de las galaxias. Cada vez cuesta más encontrar algo que les sorprenda. Les pones los dibujos de Disney de toda la vida y se aburren. Te llaman 'viejuno'. Necesitan imágenes 3D en las venas para quedarse enganchados a la pantalla. Todo debe ser estimulante, impactante, alucinante. Incluso les preguntas quién es Puigdemont y lo saben. «Es un tío que está montando un pifostio del quince en Cataluña», te dicen con solo siete años. Durante la cabalgata de los Reyes Magos, disfrazado de Melchor, te miran a los zapatos y dicen con esa voz angelical: «Melchor tiene los mismos zapatos que mi tío». Saben lo que es follar antes de hacer la comunión. Y lo que es la lluvia dorada antes de pasar al instituto. Y cuando pasan al instituto? cuando pasan al instituto ya saben cosas que nosotros, los adultos, jamás conoceremos.

Se pasan horas mirando a capullos youtuberos haciendo gilipolleces frente a una webcam. O se flipan con las peleas de gallos de los raperos, mientras nosotros, los mayores, nos cortamos de decir un taco por si les afecta en su alma cándida y pura. Si en el patio de recreo no tienen ningún artilugio que les distraiga, no saben qué hacer y se quedan sentados en un rincón mirando al vacío, como si el mundo fuese una enorme pantalla en blanco.

Los niños de los países desarrollados han perdido la capacidad de asombro. Y han perdido la capacidad de asombro (precisamente) por un exceso de exposición al asombro. Desde muy pequeños, acostumbramos a nuestros niños a moverse como peces en el agua entre ondas wifi, pantallas de alta resolución, teléfonos móviles, tabletas, imágenes en 3D. Los exponemos a películas que no son adaptadas a su edad. Los exponemos a un lenguaje que no es adaptado a su edad. Los exponemos a una sexualidad anticipada que no es adaptada a su edad. Los exponemos a un ocio que no es adaptado a su edad. Y, al final, adelantamos su madurez de un modo violento.

A veces, te sorprendes de que un padre llegue y te diga que su niña de doce años es demasiado inocente por no saber lo que es una paja o una película porno. ¿Acaso los doce años es la edad ideal para saberlo? ¿Acaso los doce años es la edad ideal para tener la primera relación sexual? ¿Acaso los doce años es la edad ideal para comenzar a fumar? ¿O para comenzar a emborracharse? La inocencia, junto con la capacidad de asombro, son las dos principales características de los niños. Los niños a los doce años deben correr, jugar al escondite, hacer una espada con un palo, jugar a las canicas, caerse, subirse a un árbol, llenarse de polvo, saltar en los charcos. Si les quitamos eso, seremos culpables de exponerlos a un mundo propio de adultos y de robarles su infancia.