Bélgica, como el dios Jano, tiene dos caras que miran hacia ambos lados de su perfil. Una que dirige su mirada hacia el norte holandés y la otra hacia el sur francés. Son, de hecho, dos comunidades lingüístico-culturales que viven de espaldas entre sí. En Valonia se habla la lengua de Molière en tanto que en Flandes el idioma oficial es el neerlandés (flamenco). Tienen eso sí, un nexo de unión, que es Bruselas, la capital, algo así como una tercera región del país y oficialmente bilingüe, con predominio del francés.

Yo estuve por primera vez en Bélgica a mediados de los 70 en casa de unos amigos. Ya por entonces discutían entre ellos si los conflictos entre las dos comunidades abocarían un día al país a desaparecer. Entre otros sitios, estuvimos en la Universidad de Lovaina y lo que vi allí me marcó. Fue en su biblioteca. Los conflictos lingüísticos habían forzado unos años antes la expulsión de los estudiantes francófonos de esta Universidad, una de las más antiguas del mundo. El grito que unió entonces a los flamencos impulsores de este movimiento fue el de 'Valones fuera' ('valones' con uve, es decir, los francófonos). Como consecuencia de este conflicto, la Universidad se escindió en una sede flamenca, Lovaina-la-Vieja, que permanecía en Lovaina, y una sede francófona que se instaló en Lovaina-la-Nueva, un pueblo creado a propósito en el Brabante valón.

A la hora del reparto, hubo que cortar por lo sano. Y llegados a los libros, la partición fue salomónica, según me contaron. La mitad para cada una y cuando no había acuerdo, por orden alfabético. Y lo que yo vi en aquella majestuosa biblioteca fue enciclopedias y colecciones mutiladas. Medias enciclopedias cuyos volúmenes iban de la A a la H o de la I a la Z porque la otra mitad se hallaba en la sede desterrada. Toda una aberración que me previno contra los delirios nacionalistas.

Puigdemont y sus consejeros en su huida no han elegido Bélgica por casualidad. Saben que allí pueden contar con el apoyo de un sector nacionalista potente, heredero de aquellos que gritaban 'Valones fuera'. El viceprimer ministro Jan Jambon probablemente sea uno de ellos. El mismo que se pregunta 'ingenuamente': ¿Qué daño han hecho declarando la independencia? y pide a la Unión Europea que tome cartas en el asunto catalán. Nada sorprendente en alguien perteneciente a un partido nacionalista, antieuropeo y con antecedentes xenófobos.

'Los catalanes', como les llama Le Soir, han desembarcado en Bélgica porque saben que como consecuencia de estos conflictos entre comunidades el sistema jurídico belga es extremadamente sofisticado y ofrece algunas aristas y huecos donde agarrarse. Pero su presencia en el país de los belgas es más que explosiva, 'la peor pesadilla' para el Gobierno, según la prensa local. Porque el depuesto presidente va a avivar el enfrentamiento entre flamencos y valones en la misma medida que lo ha avivado entre catalanes con la declaración unilateral de independencia y su posterior huida. Fuga que, por cierto, deja a los pies de los caballos a los exconsejeros que se han quedado.

Si no fuera por la capitalidad europea de Bruselas, que le otorga un estatuto internacional único y envidiable, hace tiempo que Bélgica, tal como la conocemos, hubiera saltado por los aires. Hace tiempo que el país se hubiera partido por la mitad. El 'exilio' de Puigdemont, que busca internacionalizar el conflicto catalán, no va a hacer otra cosa que ahondar en la herida. Como estrategia personal puede que tenga o haya tenido, hasta el momento, unos buenos resultados mediáticos, pero no está claro que esto vaya a ser así en un futuro inmediato, sobre todo, si como parece, monta su campaña electoral allí. Los daños colaterales que le va a causar a Bélgica como país son de tal envergadura que no es descartable que Gobierno y judicatura se revuelvan contra él. El día 17, cuando comparezca ante la Cámara del Consejo podremos hacernos una idea de por dónde van los tiros.

Ahora bien, sin ningún apoyo internacional y poniendo a la frágil coalición gubernamental y al país contra las cuerdas pocos dudan de que su suerte está echada.