lgunos historiadores mantienen con razones irrebatibles que el siglo XIX se alarga social, política o artísticamente, casi dos décadas entradas en el XX, llegando a entreverse las luces de los años veinte. La cronología de aquellos acontecimientos no quitan la razón, todo lo contrario, a los estudiosos de esta teoría. Tenemos en cuenta para la afirmación, la primera Guerra Mundial y sus efectos. Cayeron innumerables intelectuales en su causa europea; Apollinaire dejó de ser lo que ya fue, por poner un ejemplo. Picasso había pintado Las señoritas de Avignon (de la calle de Avinyó), en 1907; la había expuesto en 1916 y aguantado el chaparrón de las críticas de los artistas amigos: «El español se ha vuelto loco». 1917, desde entonces ahora contamos un siglo redondo, fue un año especial para el maestro español que viajó a Italia durante dos meses y allí, ahora, conmemorando la visita y su centenario, se exhiben en Roma las escenografías realizadas para los ballets rusos, entre ellas la pieza de mayor tamaño firmada por el artista.

1917 es también la fecha del fusilamiento en Francia de Mata-Hari, la espía que fue mucho más que espía, fue una leyenda. Nacida en Holanda, cortesana conocida europea de la época, todo la envuelve en un poderoso misterio, incluso orientalizado por su matrimonio por conveniencia. Hay falsedades ilustradas y tenidas por ciertas. El maestro González-Ruano, admirador de la rebelde, le dedica una biografía en cuyo prólogo se extiende en descalificar la historia anterior que firmó el escritor bohemio guatemalteco Enrique Gómez Tible (después Carrillo), marido que fue de la española Raquel Meller (Paca Marqués López), cupletista de ese tiempo que llegó a encandilar a Charles Chaplin, al que le negó su participación en Luces de la Ciudad cuando el gran cineasta plagió al maestro Padilla La violetera para su filme. Gómez Carrillo se vanagloriaba torpemente de haber sido el delator y el amante, en España, de Mata Hari.

La espía holandesa nacida Margaretha Geertruida Zelle, contó a los alemanes pequeños datos y documentos obtenidos con sus artes amatorias a los franceses, quizá poco trascendentes que no justifican su fusilamiento en octubre de 1917, de nuevo un siglo, cien años de un acontecimiento tan vulgar como histórico. Nadie reclamó su cuerpo muerto que sirvió después de estudio a la ciencia. En su localidad natal holandesa de Leeuwarden recuerdan ahora el centenario del luctuoso acontecimiento, con una exposición dedicada a la ´mujer fatal´ que pareció ser y parecer, sobre todo.

Recomiendo la curiosa y apasionada biografía de don César, amigo sin fin de personalidades marginales y malversadoras de realidades que convertían en ambiguas personalidades. El retrato está desvaído, el recuerdo quizá vivo, porque se mantiene que no fue ni un ángel ni una serpiente, sí la historia de una mujer aventurera en permanente confusión legendaria. Una novela escrita por sí misma.