La noche de Halloween y la de las Ánimas se suceden hoy cual si fuera una guerra soterrada de civilizaciones. La cita anual con el más allá se viste, un año más, de colores de sangre y noche. La fiesta anglosajona convoca a niños y mayores en una celebración impostada de disfraces y máscaras macabras. Y al día siguiente, como una plegaria colectiva de desagravio, la Iglesia trata de recobrar su protagonismo de antaño con una apelación a las tradiciones piadosas. La cristiana, que también hunde sus orígenes en la Biblia, dedica a los muertos el día y el oficio de Difuntos. La noche de Ánimas no es menos macabra que la anglosajona. Que sea de origen celta o judaico, poco importa, pues no sería la primera fiesta pagana que fue transformada en cristiana. Cuando Teodosio impuso la religión oficial del Imperio, las tradiciones religiosas paganas fueron transformándose en cristianas y así las saturnales, bacales y lupercales, pasaron a ser la Navidad, los carnavales y otros tiempos de liturgia.

Sea como fuere, es muy extendida la idea de que una noche al año, los difuntos tienen abierta la puerta del más allá para reunirse con sus duelos. El monte de las ánimas de Bécquer tiene su contrapunto musical en Una noche en el monte Pelado de Musorgski; tan lejanas las tradiciones hispanas y las rusas, como hoy la travestida fiesta americana. No falta tampoco la polémica sobre si es la víspera del día de los santos o la de los difuntos. Lo cierto es que esta oleada de calabazas iluminadas y de truco o trato no deja de ser sintomática de los ritos laicos que lentamente sustituyen a los religiosos en una eterna ley pendular que marca el tiempo con un lento tic tac.

Es inevitable pensar en los difuntos, ya sean las ánimas del purgatorio o los dioses manes a los que las tradiciones romanas dedicaban un ´lararium´ en un rincón del atrio de la ´domus´, los altares de las encrucijadas y otros lugares votivos. Un día al año para recordar a los ausentes, más si es reciente la aflición. Con la licencia que me concede esta casa en la que escribo, quiero rendir homenaje a uno de los que fueron niños de la Guerra, de los que vivieron en sus carnes la posguerra y las penurias de la clase obrera. En un país inculto, rural y cuartelario, el destino de aquellos chavales no tenía más futuro que la supervivencia en las calles.

A quien dedico estas letras fue rescatado de ellas por su hermano y por un jesuíta, que lo aficionaron a la lectura. Tuvo una especial relación con Enrique Tierno Galván, pues en distintas etapas de su vida fue su alumno y luego colaborador en la época de la alcaldía de Madrid. Entre ambos momentos, otra feliz coincidencia cuando Vicente Cervera Tomás trabajaba en la editorial Aguilar y a través de la relación con el viejo profesor, muchos libros del index librorum prohibitorum que el franquismo resucitó evitaban el control de la censura para llegar a las manos de los lectores más ilustrados.

Aquellos chavales mataban el hambre como los antiguos espartanos en una prueba de supervivencia con la que iniciaban su particular aprendizaje de las artes bélicas: sin más arma que su ingenio, tenían que apañárselas para combatir la inanición.

Así, el pequeño latrocinio y el hurto famélico eran un recurso o un aprendizaje. Es una historia como tantas de aquella época, unos pocos jóvenes se forjaron a martillo y yunque en infinidad de lecturas y de vivencias, en ideas prohibidas, esperanza de libertad, tesón y paciencia. De Vergel a Alicante y luego Murcia, Madrid, Ginebra, Nueva York, Puerto Rico, y otra vez Madrid y Murcia, modularon una voz serena de dicción cadenciosa, palabras medidas y certeras. En un esfuerzo por racionalizar cualquier manifestación cultural, se convirtieron en melómanos y espectadores agudos en el cine, amén de críticos certeros de novela y ensayo. Su conocimiento de la política estaba afianzado en convicciones serias, labradas con la paciencia del cincel y el fino pulido que a ciertos maestros da la gloria de Fidias.

Para una sociedad tan ciega como la nuestra, detrás de una gran personalidad está la de su cónyuge. En esos casos, quiero pensar que no hay primus inter pares, sino una diarquía en la que uno de la pareja prefiere pasar desapercibido. Vicente y Loli, tanto monta, tenían el don de la conversación y me concedieron el lujo de su cariño. Los lazos agnaticios que a veces se deshacen tirando de un cabo, me distanciaron de su grata compañía. Esta pasada noche de ánimas, se abrió la puerta entre los mundos que los unió de nuevo y para siempre. Así seguirán en mi recuerdo, mientras éste no se pierda en el tiempo como las lágrimas en la lluvia. Loli y Vicente, como Ángel y Pepita, como Miguel y Dolores. De aquellos tiempos difíciles, unos fueron redimidos por la Literatura, otros por la Música y otros tan sólo por el fuego del hogar junto a sus hijos. De ellos, como de tantos otros que tú conoces, lector, nos queda la memoria desnuda, sin truco y sin más trato que encender una vela en el sinuoso laberinto de la vida, junto al ciprés que alza su alma de la tierra. Que la tierra no os pese, sit vobis terra levis.