Leyendo su libro Opiniones contundentes me preguntaba por qué no tenemos hoy entre nosotros a un Vladimir Nabokov. En estos tiempos de pensamiento atrofiado por lo políticamente correcto necesitamos a alguien como él: imprevisible, marginal, irreverente, distinto. No le gustaba bajar al barro del debate de actualidad, pero cuando lo hacía no tenía miedo a quedarse solo. Sin duda era un tipo peculiar, lleno de manías y, por su arrogancia, de trato difícil. Valiente y seguro de sí mismo, su inteligencia le permitía ser transparente y así hacerse perdonar sus defectos: «Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño». Cuando un periodista le solicitaba una entrevista, Nabokov pedía que se le enviaran las preguntas, que contestaba por escrito y luego exigía que sus respuestas fueran publicadas al pie de la letra, respetando hasta la última coma. Y si la entrevista era en televisión, se le veía cabizbajo leyendo las fichas que llevaba preparadas. Esas eran las condiciones, producto más de su respeto por las palabras que por darse demasiada importancia a sí mismo. Como profesor también admitía sus limitaciones y no tenía empacho en reconocer que su método de enseñanza impedía el contacto con sus alumnos. Se parapetaba tras el atril y dictaba lentamente lo que traía escrito de casa. Por lo que le pagaban, decía, no se le podía exigir más. Apreciaba el sentido poético y la inteligencia sencilla, se definía como un buscador de la belleza a través de la emoción creativa o el hechizo del arte. El hábito de la libertad ordenaba sus días. Despreciaba el sentimentalismo y las mentes computerizadas. Era vanidoso, provocador e insolente, características que hoy le harían brillar en las redes sociales. El estilo rotundo, cortante, pleno de chispa e imaginación verbal con el que solía responder a los periodistas encajaría de maravilla en Twitter. Aunque era reacio a cualquier innovación tecnológica (nunca utilizó la máquina de escribir y la televisión solo la quería para ver partidos de fútbol), podemos imaginarlo lanzando sus dardos, por ejemplo, contra las más recientes revueltas políticas: «Los alborotadores nunca son revolucionarios, siempre son reaccionarios». ¿Y qué diría de las actuales conmemoraciones de la Revolución Rusa sobre la que tanto se está escribiendo? Diría lo que dijo en su día, que «siguió el trillado patrón histórico de la matanza, el engaño y la opresión€.». Tuits perfectos que Nabokov nunca escribió, pero que tal vez soñó: «A menudo pienso que debería existir un signo tipográfico para la sonrisa€ una especie de signo cóncavo, un corchete redondeado boca arriba».