Finalmente no nos hemos privado de nada. Ha habido DUI y 155. Declaración unilateral de Independencia e intervención de la autonomía catalana. El inevitable choque de trenes que todo el mundo temía, vamos. Ha ocurrido lo peor y, sin embargo, no parece que esté ardiendo Troya y ojalá no arda. La inesperada convocatoria electoral ha cambiado las tornas y hasta puede que le haya dado la vuelta a la tortilla. Esa llamada a las urnas, que podría haber hecho Puigdemont para evitar la toma de la Generalitat, ha sido una jugada maestra, provenga de quien provenga. Lo mismo da que se la atribuya el Ejecutivo, que se daba un plazo de seis meses al principio para volver a la normalidad, que el PSOE, que exigió reducir esos plazos al mínimo. El caso es que ha dejado descolocado a Puigdemont el prófugo, al Govern, a la CUP, a los Jordis y sobre todo a esos cientos de miles de independentistas de buena fe que exhibían urnas en las manifestaciones y pedían mirando a Europa y al mundo que los dejaran votar porque en España no había democracia.

Eso en Cataluña. En el resto de España, Unidos Podemos también paga el precio de su indefinición, de su ´descoloque´. No sé si por haber sido ´palanganero´ del independentismo, como afirma Frutos, pero sí por haberle hablado poco a España y a los españoles, y mucho a los independentistas, como ha censurado Bescansa. ¿Qué ha pasado estas semanas para que Podemos se olvide de que es un partido de naturaleza estatal, español, y que tiene un proyecto político para España? El propio Urralburu está ya harto del coqueteo con los independentistas, como lo están muchos votantes de Unidos Podemos que no entienden la comprensión mostrada hasta ahora por Pablo Iglesias hacia los secesionistas frente a la dureza empleada contra quienes han intentado frenar el desafío separatista. Paradójicamente, la insurrección de Dante Fachín y otros ´anticapitalistas´ de la sección catalana de Podemos ha obligado a Pablo Iglesias a decretar un 155 interno, cesándolos y convocando a la urnas a su inscritos.

Duele que un partido que surgió para regenerar este país, acabar con las injusticias sociales o luchar contra la corrupción se haya dejado devorar por la deriva nacionalista. Un alejamiento que puede pagar muy caro en las urnas en las próximas legislativas.

A decir verdad, y así lo ha reconocido incluso la alcaldesa de Madrid, la locura suicida de Junqueras, el verdadero piloto de este barco ebrio, no podía traer otra cosa que no fuera la aplicación del artículo 155. Un artículo pensado par evitar la segregación territorial, tanto más cuando es unilateral e ilegal. Un artículo que aplicarían con más rigor países como Francia o Alemania, no sólo para preservar su integridad sino porque saben que mover fronteras en Europa puede ser muy peligroso. Que deshacer los estados nación actuales es deshacer la Europa que tenemos.

En Bruselas, en el corazón político de esa Europa, se encuentra prófugo y descolocado Puigdemont en un último intento de internacionalizar el conflicto. Cuando lo menos que se esperaba de un ´president´ que acaba de proclamar la independencia, aunque haya sido con voto secreto y cara de funeral, es que se quede con su gente. Y aquí, en un río de aguas turbulentas, se queda Pablo Iglesias, descolocado, con una formación en su día emergente que puede llegar a perder, según algunas encuestas, un tercio de sus electores. Unos votantes que no entienden que no se haya contenido el secesionismo desde esa izquierda. Porque como dice Paco Frutos, «una izquierda seria y rigurosa de toda la vida no habría contribuido a que los independentistas se liaran la manta a la cabeza».