La crisis, que a todos nos ha removido bolsillos y sentimientos, ha ido cambiando el paisaje de nuestras ciudades, colocando una tienda de decoración donde hubo una panadería y un bar donde un anticuario, una franquicia en lo que fue un banco y una mercería en el lugar de la joyería del barrio.

Me sorprende la valentía de quienes se atreven a abrir negocios en algunos bajos comerciales que, si George Pal tomara de referencia para un remedo de El tiempo en sus manos (La máquina del tiempo) ya no mostrarían maniquíes que cambian aceleradamente de atuendo siguiendo las modas de cada siglo, sino un desenfreno de posibilidades infinitas, como eternas son las opciones para abrir un negocio. Ya no se mantiene el colmado que pasa de padres a hijos: los tiempos han cambiado hasta para esto.

Ese ir y venir de locales despierta el corazoncito de los nostálgicos, que añoran en sus calles los mismos brillos, colorines y luces o la misma caspa y el idéntico polvo de antaño, y me resulta asombrosa la añoranza de quienes echan de menos las tiendas que no existen. Qué bonito pensar en establecimientos de Murcia como La Covachuela, Ritmo o el bar Los Claveles, que ya desaparecieron. Está muy bien colgar en las redes sociales las fotos antiguas de los locales que han cerrado y lamentarse por ello, pero en los tiempos que corren resulta heróico invertir o convertirse en eso que ahora llaman emprendedor, que en mi época se llamaba currante.

Si creyera en nigromancias y esoterismos podría atribuir a la mala suerte estos trasiegos y asegurar que existen locales gafados, pero más bien creo que, tras algunas jubilaciones sin herederos, asoman empresarios sin un buen modelo de negocio, sin estudios de mercado ni plan de viabilidad, a lo que se suma el precio desorbitados de los alquileres.

Nadie repara en otros bajos comerciales que nacen y viven cerrados, bajo farolas tristes que no les han visto cobrar vida nunca y, en lugar de transformarse en aparcamientos, (con la falta que hacen) ahí siguen, sin haber dado servicio a la Humanidad, ni siquiera para que alguien los eche de menos.