¿Y si afirmo taxativamente que dentro de dos meses celebraremos una de las Navidades más pacíficas de nuestras vidas y, para el caso, de toda la historia de la Humanidad? Probablemente muchos de mis lectores, especialmente los más sensibles a las tremendas imágenes con las que nos desayunamos cada día en los espacios de noticias en televisión y en prensa, pensareis que me he vuelto majareta. O peor aún, que me he metido un chute de metanfetamina. ¿Cómo es posible, me diréis, que se pueda afirmar tamaña estupidez con la cantidad de atentados yihadistas, tensiones nacionalistas, ciudades arrasadas, niños desnutridos, actrices acosadas por gordos rijosos, devastadores desastres naturales y demás horrores cotidianos que pueblan nuestra deprimente actualidad cotidiana?

Bueno. En primer lugar yo no he dicho que vivamos en el mejor mundo de los posibles. Ni que el mundo en el que vivimos no deje de estar poblado de desagradables fantasmas apocalípticos. No es que tenga una visión idealizada del presente. Es que más bien me he informado sobre el pasado y, creedme, el pasado sí que es la ostia de violento y tristre. Y no hablo de los treinta años de esperanza de vida de nuestra especie en el 99,99% de nuestros cien mil años de existencia, ni de los cuarenta de un hombre o mujer del siglo XIX. Es que el 80% de los miembros de una tribu salvaje primitiva, antes de la llegada de la civilización agrícola y de las ciudades, morían de muerte violenta.

De acuerdo. No nos remontemos al pasado prehistórico. Hablemos de la historia más reciente. Pero es que este año, por ejemplo, podemos dar por terminada definitivamente la parte más cruenta de la guerra contra el ISIS, justo a tiempo para celebrar la Navidad. Este verano se les desmontó el garito del califato en Irak, y las tropas kurdas junto con las americanas acaban de reconquistar Raqqa, su presunta capital. Así que la guerra más cruenta de estos últimos años, con más de medio millón de muertos, la mayor parte civiles, está caput, acabada, finita. Una guerra menos de la que preocuparse y otra más para los libros de historia.

También la guerra que enfrentaba a las milicias libias puede darse básicamente por terminada, aunque con resultado todavía en tablas, lo cual no resulta precisamente un buen presagio. Pero la cuestión es esta: si no ves muertos en los telediarios, es que la cosa se ha calmado. Siguen llegando inmigrantes en pateras desde Libia, pero ya por razones más económicas que bélicas.

Siguiendo la geografía de los conflictos, casi todos ubicados por lo demás en Oriente Medio, podemos decir que las guerras en Yemen y Afganistán atraviesan por un período de mayor o menor estabilización. Tampoco vemos muchas noticias diariamente sobre ellos, que al final es la mejor de las noticias. Igual sucede con el conflicto en el este de Ucrania, donde el frente de Donbask se ha calmado, al menos de momento. La solicitud de tropas de interposición a Naciones Unidas por parte de Rusia ha sorprendido agradablemente a la Comunidad Internacional (o sea, a Occidente). Probablemente es una señal de que el autócrata ruso se conforma con hacernos la puñeta a los occidentales con sus ejércitos de trolls y bots, más divertidos y menos sangrientos que los hombrecillos verdes que disparaban tiros y misiles, matando gente de carne y hueso, hace apenas unos pocos meses.

Tan cierto como que vamos a disfrutar de una paz prácticamente universal, casi por primera vez en la Historia, es que sigue habiendo muchas amenazas a la estabilidad mundial más o menos evidentes. La principal fuente de preocupación (para sorpresa de propios y extraños) viene precisamente de quien es responsable en gran parte de hayamos llegado a esta situación de paz universal: Estados Unidos. Y es que el comandante supremo del imponente ejército americano, y dueño de las claves que dispararían y desatarían una devastación planetaria, ha resultado ser una especie de adolescente malcriado, soberbio, caprichoso e imprevisible llamado Donald Trump.

Con Trump, y su némesis Kim Yon Un, tendríamos suficiente para preocuparnos estas navidades, pero a ellos deberíamos añadir también a unos chinos y su nueva asertividad imperial reencontrada y reclamada en los Mares de China, Irán y sus pretensiones hegemónicas en la media luna fértil, las regresiones autocráticas de algunas naciones autocráticas antes promisorias, la amenaza de los nacionalismos parroquiales en la Europa de nuestras entretelas y las guerras de narcotraficantes en Méjico y Centroamérica.

En fin, una interminable retahíla de puntos calientes que, si nos empeñamos en repasar una y otra vez, podrían quitarnos el sueño fácilmente de aquí a las fiestas.

Conclusión. Tan cierto como lo segundo (el desamor y el enfrentamiento) es lo primero: que vivimos en un momento dulce de paz universal. Queda a elección de cada uno centrarse en uno o en el otro aspecto de la realidad. Yo, hoy, y por lo que a mí respecta, he elegido sentirme bien. Mañana, no lo sé. Ya veremos.