Gilles Delleuze dice que la filosofía sirve para entristecer. Y añade que una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es filosofía. Sirve para detestar la estupidez, hace de la estupidez una cosa vergonzosa. Sólo tiene este uso: denunciar la bajeza del pensamiento en todas sus formas. Pensadores como Schopenhauer, Kierkegaard o Sartre eran reconocidos pesimistas.

Ya en el prólogo del libro de poemas de José Carrión, Hipocampo, Mercedes Farias nos indica que «no es fácil la lectura del poeta. Su estilo recuerda a los lienzos de Pollock, repletos de fractales y apasionados trazos (...) No es cómoda. Olvídense de la fireside poetry. Prepárense para ser sacudidos, arrollados, despedidos; también acunados en ternura. Carrión nos abofetea, nos despierta, nos alienta, para guiarnos después por secretos jardines, por arcanos senderos jamás, o tal vez desde siempre, transitados». Soy de los cree que la Literatura, en este caso la poesía, sirve para adentrarse en el puro hueso de la vida, y que, como la vida, nos entristece también o nos hace daño, nos levanta y salpica, nos hiere de su mismo dolor, y somos de ella como ella de nosotros. Y así son las artes también: nos estremece una fotografía de un niño muerto junto al mar, un beso de despedida o una incertidumbre en la infancia, como son los cuadros de Goya, de Rivera o Solana, como Brueguel o El Bosco.

G abriela Amorós nos comunica sobre Pepe Carrión que «estamos ante un libro de poemas que no es fruto de la evasión sino de un hacerse en el combate, de un proceso de despojamiento». Y añade que «se podría decir que la poética de José Carrión disfruta de matices narrativos recobrados en su memoria: el título ya es revelador, pues el 'hipocampo' desempeña funciones importantes en la memoria». El propio José Carrión explica: «Supongo que hago poemas porque soy malo para el teatro. Para soportarme como animal moral, para dignificarme como ser humano, para que brinque algún destello errático de sentido en esta incertidumbre cacofónica que supone seguir con vida en un mundo que siempre me pareció extraño, externo, ensordecedor. Luego, hay otras razones. Mi padre es una de ellas»? «De forma accidentada, él había recorrido su juventud mientras la guerra, la pobreza y la enfermedad segaban la vida de todos aquellos a los que amaba; padres, hermanos, amigos y seguro que más de un desconocido con el que intimó por azar. La poesía se convirtió en su herramienta para pulir la tristeza que había petrificado su espíritu rebelde tras el hacinamiento en un campo de concentración y los largos años como desafecto durante la posguerra». Dice también Carrión: «Trabajo como científico y la poesía me parece literatura con causa, geometría, proyecto y corolario. Por añadidura, creo que mis poemas a veces toman la intensidad de la catarsis».

No haría un análisis cuantitativo de un poema, mucho menos de un libro de versos, eso nunca. Aquí servirán las palabras de Heisenberg, «medir es perturbar». Pero haré un comentario personal de una poética, una lectura sobre el libro de Carrión. Acertadas las palabras de arranque del libro, las de William Wordsworth sobre «la gloria y el sueño de un bosquecillo, de un arroyo en un tiempo de prados, que recuerda el poeta con resplandor de niño, de nostalgia». Y así, nuestro autor, desde el primer poema, Neotenia, en adelante, sobresalta el mundo, su mundo, aquel mundo de lagartijas, arco iris, tormentas y lluvia fresca; albaricoqueros y sandías; cajas de mistos, y una madre joven; también había un padre (siempre un padre, agigantado); los dulces de navidad y la madre (siempre aquella madre de las manos del color de la uva), su propia osadía de niño, un bacalao salado en la merienda? He aquí la poesía que llega hasta la sequedad de un cementerio, otoño que acumula sus hojas, ramas quebradas, donde pide un abrazo a la amada, un aliento de lumbre, mientras recuerda aquellos tiempos decisivos para poder vivir. Con el avance de su poética, nos dice qué poemas le han llegado con algo nuevo. Uno es de Gamoneda, «Sea la luz / un acto humano»). Breve, pero suficiente. El otro es de Luis Rosales: «Hay una luz que no se olvida (?) Yo la he visto apagarse / y decidí callarme para siempre /y di la vuelta al mundo en un silencio».

Formidable el poema Fantasmas, porque los fantasmas son como aquellos 'golpes de la vida' de César Vallejo en sus Heraldos Negros, fantasmas «que llegan como niños, como muertos sin testamento, extranjeros a los que no dimos socorro, fantasmas cebados en la infancia inmortal». Esta es la poética de Carrión. La vida, la intensidad de esos fantasmas. 'Esencia de palabras', 'voces rotas', 'derrotas que se hicieron eternas'. 'Susurros, lamentos en el amanecer de la conciencia'. 'Pájaro muerto y corazón de pobre'. Esta es su poesía a la que se parece, aún viva. Hermoso epitafio de poesía: «Si volvieras madre / a bajarme coja por la calle / reventada de pan y de milagros / para cruzar el día». No da igual que la luz sea leve o luminosa, porque aquí tenéis las Crónicas a la muerte de mi padre. Pues su muerte se inclina como el funeral del mundo. Y eso hace verdad que «cuando muere un poeta, parece que mueren las entrañas de la tierra» (leído en alguna parte), aunque a mí me gusta más que diga el mundo, muere el mundo, pues qué es el mundo si no un poema también.

En la Biografía de este poeta evolucionista aún no derrotado, sino vivo, escribe «una noche que no acaba nunca /como brote veloz de rama herida / tras la lumbre que ya no se comparte», avanza para que leamos desnudo el poema: «como un hipocampo que nada lentamente / desde el limbo a su corteza». Y mientras espera a su madre para ver sus manos teñidas con el color de la uva, en una poética bellísima, une una casa concurrida de sombras, apenas un resumen al fulgor de la luna. Poesía de su poesía a la luz congelada de aquella estancia de belleza absoluta. Historias de una niñez de ropa limpia y mirada de amor familiar. Hipocampo no es un atajo de poesía sino al vida misma de un poeta reencontrado. Y sabed que «las hormigas se comieron / sin embargo / todo rastro de vida / y de lenguaje». Pero el tiempo del poeta, su espíritu, «quedó atrapado en la tumba inacabable de la libertad».

Su vida vive en este libro, lean y así conocerán más al profesor y al hombre, al José Carrión que escribe de su familia, del amor, de los días huérfanos, de los gestos poéticos, hasta de una 'fenomenología de la pasión desbordada', que va y viene de un tiempo en odisea y le ciega una indiferencia. Escribe una hermosa celebración a la boca, y lo hace mientras los besos se mezclan en su misma añoranza y desvelo. Este es Carrión, cansado de catecismos y de Freud, que se puso a leer a Sartre y a los poetas malditos, aunque hoy ya no conozca ni su propia geometría.

Recapitula en su pasado y nos duele y nos lleva con su dolor, sin ninguna belleza anotada, sin cita previa, sino la de Rilke cuando dijo: «Porque la belleza no es sino el nacimiento de lo terrible». Y se fue del papel con Gabriela Amorós («como si la sangre fuera una corriente silvestre»), sin saber explicar las cosas antaño, casi gritando, con esta mujer que ha levantado su alma de las cenizas, la que dice que la poesía de él opera, en este libro, como una sinestesia global. Y cuánta razón tiene.