A la hora en que escribo, parece que todo el mundo empieza a querer rajarse de su responsabilidad. Lo último que me llega por la radio, el especial de RNE, cadena meliflua a la que se acusa de estar con el Gobierno cuando no paran de hablar independentistas y 'arseniosescolares' (menos mal que algunos días escuchamos también a Brunet, un catalanista sensato), es que Puigdemont va a volver a llamar al Gobierno de España a la mesa del trile: ahora, y ante la cárcel, convocatoria de elecciones autonómicas, aunque con condiciones y chantajes. Y enseguida las baterías de los falsos neutrales espumosos llamando a la concordia y el diálogo.

¡Ah, el diálogo! Qué gran salida para los delincuentes, sobre todo con rehenes, una sociedad aplastada y excluida del reparto de un poder corrupto que ha vivido de la extorsión y el saqueo durante casi cuarenta años. Por la derecha pujolista y por la izquierda social-comunista, principal colaboradora de la burguesía y de la Esquerra neofascista en el Régimen mafioso. Eso es lo que estallaría si entrara el Estado. Si los funcionarios de los altos cuerpos del Estado, de Hacienda, Economía o Fomento, y de la Judicatura, pudieran acceder a contratos, concesiones y evidencias sobre la trama de cohechos, prevaricaciones y sobornos sobre la que han vivido como dioses esta banda de ladrones a los que ya no quedaba más que la huida.

El diálogo me recuerda siempre a Zapatero, el profeta que vino a decirnos que todo era cuestionable, que ya no había verdad, que todo era post-verdad. Fue ese cretino, movido como marioneta por el separatista Maragall, quien se inventó un Estatuto innecesario y quien anuló el recurso previo de inconstitucionalidad que habría evitado usar el falso agravio de la sentencia del Constitucional al servicio de la independencia. No habría habido referéndum sin sentencia previa. La Europa que ha empezado a tambalearse en Cataluña, con Putin atentísimo, debe agradecérselo. Como a Cameron, el otro gran imbécil de la reciente historia europea, que al final ha conseguido dirigir al Reino Unido a Reino Desunido y a la ruina y la xenofobia. Los dialogantes.

Cataluña, ya nos lo advirtió Ortega, y sólo hay que revisar su historia para saber que las guerras civiles han sido primero y siempre entre ellos, recurrentes e incesantes, es el enfermo de España con el que hay que vivir. Pero eso no significa consentir, como hemos hecho, que una minoría racista y supremacista pueda imponer su tiranía sobre las mayorías que sólo quieren que los dejen vivir en democracia y en igualdad. El Estado existe justamente para evitar la ley del más fuerte, para que el único poder legitimado, sobre caciques y señores feudales y déspotas de acequia, sea el suyo. Si ahora no se interviene en Cataluña, si no se limpia de la recua de nazis que allí han creado sus redes, todo el dolor, la ruina económica, la angustia de estos días habrán sido en vano. Y pronto volveremos a la misma situación.

Pero, sobre todo, parece que una gran mayoría de españoles ha dicho basta. Como el día del asesinato de Miguel Ángel Blanco en que se inició el fin de la ETA, de la que esa excepcional novela que es Patria constituye la sentencia final. Es el mismo sentimiento el que se ha despertado estos días. Ya no toleramos que nadie siga sosteniendo que es mejor que nosotros por haber nacido en otro sitio. El hecho diferencial se lo mete usted por donde le quepa, en su casa, como hacemos todos, porque en el espacio público, en democracia, no puede haber desigualdades legales ni derechos distintos. El 155 puede ser una oportunidad perdida o la llave para la recuperación de la libertad y la democracia en España, esas que habíamos dejado abandonadas en manos de sus enemigos más feroces: los nacionalismos que tantas veces destruyeron Europa. No es sólo España lo que está en juego.

Y parecía que el PSOE lo había entendido y que volvía a ser un partido alternativa para España. Si, como parece ahora, vuelve a mostrarse marioneta del PSC y deja de apoyar el 155, será que ya no es el partido que pueda rehacer España. Al contrario: habrá vuelto a ser el principal responsable de la inestabilidad permanente.