Por un articulico publicado en el blog de este mismo periódico (Romeriología) me llovieron críticas por un tubo. Cercanas y lejanas, caían como chuzos de punta. Y eso que describía hechos sin nombrar nada. Pero, claro, no hizo falta. Todo el mundo sabía a lo que me estaba refiriendo, y los justicieros de lo más sagrado y los escuderos de la tradición sacudieron bien sacudido el polvo de mi badana. Bien hecho. Si de lo que se trata es de no buscarle cinco patas al gato, entonces es lógico que me zurren, y merezco cuanta estopa me sea dada, pero si de una opinión se trata, y no exenta de bases históricas, entonces, amigo mío, con todos los respetos que ustedes no han tenido para conmigo, pero me lo voy a permitir, ya lo creo que sí.

El grueso de los dardos iban apuntando a ´cuanto de sagrado hay´ y a lo ´de toda la vida´, que, como irredento hereje, tengo la osadía de poner en entredicho. Pero poner en entredicho no supone cargarse nada sagrado, ni mucho menos de toda la vida, si nos atenemos a los hechos históricos, naturalmente. Primero, porque no tiene nada de sagrado, y segundo, porque tiene un nacimiento concreto que costó mucho derramamiento de sangre establecerlo, por lo que de sacro y eterno lo que cada cual quiera otorgarle, pero no lo que realmente tiene. No sé si me explico.

Los primeros siglos del cristianismo primitivo fueron iconoclastas por naturaleza y costumbre, y transcurrieron fieles a su origen judaico, sin veneración alguna de imágenes. Sencillamente, no las necesitaban. Adoraban un Dios-Padre tan íntimo y oculto como su anterior Jehová. Solo cuando el cristianismo se convirtió en catolicismo, o sea, en una religión de Estado, oficial, de la mano de Constantino, tuvo que vérselas con una surtida imaginería competencial de dioses paganos, Mitra, Zeus, Artemisa, Isis, Cibeles€ que venían de los panteones egipcio, heleno o babilónico reconvertidos en romanos. Ante lo que bien por imitación o bien por asimilación o bien por ambas cosas, tras el Concilio de Nicea (313 d.J.), se empezó a abrir la mano y a coquetear con toda esta cuestión (por otro lado, una industria rentable y floreciente) de la imaginería.

Pero fue en el 723 cuando una parte de los obispos iconoclastas originales, abanderados por la predicación de Serantípico de Laodicea, quisieron poner freno a lo que consideraban una corrupción de las enseñanzas puras. Se basaban en el Deuteronomio: «No construirás ídolos, ni imagen alguna de lo que hay allá arriba en el cielo, ni de lo que está aquí abajo sobre la tierra». Los emperadores de Constantinopla, en un principio dijeron que bueno, pos fale, pos m´alegro, como el Maki Navaja, e incluso León III, dos años después, se declaró contrario a venerar imágenes y dictó algunas disposiciones al respecto. Pero la oposición de los monasterios que comerciaban con ellas y obtenían pingües regalías de los fieles devotos propiciaron sublevaciones populares que fueron sangrientamente reprimidas. Y empezó el follón.

Y se mezcló la política, porque la iconoclastia provocó graves enfrentamientos entre el Imperio Bizantino y la Iglesia de Roma. Y se lió parda. Tanto, que durante 120 años nada menos hubo guerras, golpes de Estado, rebeliones, invasiones, secuestros, extorsiones, asesinatos, persecuciones y venganzas por esta causa. Y es tan larga la cronología de sangrientos sucesos (y tan poco cristiana) que no cabría su exposición en este corto espacio. Baste decir, para terminar esta crónica, que la emperatriz Teodora, con la aprobación del Papa, convocó el Concilio de Constantinopla, donde deponen por la fuerza al patriarca iconoclasta Grammático, imponen a Metodio, y el Sínodo proclama solemnemente el culto a las imágenes, y donde hubo tradición, pues ahora hay traición, y al que se mueva se le fusila. La economía y la política (la religión es eso mismo) fueron intereses más poderosos que los puramente filosóficos o espirituales. Las ideologías se amasan con los dos primeros, al fin y al cabo.

Y esa es la puñetera historia y la puñetera verdad. Y eso es lo que pasó, como pasó y por qué pasó. Hasta hoy. Lo demás es lo que escribí en mi articulillo de referencia. A la gente se nos mueve por símbolos, por escenografías de masas, desde el principio de los tiempos. El calificarlas de ídolos o de sagradas imágenes tan solo depende del lado ganador desde donde se mire. Y si al personal se le dice que arre, el personal arrea. Y hacer correr más tinta, sí, pero hacer correr más sangre, pues como que no. Y mucho menos la mía.