Los museos del municipio de Murcia languidecen en estos momentos por distintos motivos. El principal y más básico que debió resolverse hace décadas es la falta de un equipo de personas que los atienda sin la precariedad laboral que hoy día existen en las externalizaciones, que han llevado, por ejemplo, a los empleados del Museo Ramón Gaya a estar nueve meses sin cobrar sus nóminas, o a la inseguridad en la que se encuentran otros centros como el Museo de la Ciudad o el Centro de Interpretación de Montegudo.

El Tribunal de Cuentas ya advirtió al Ayuntamiento que no podía dejar en manos ajenas estos servicios y que debía poner fin a esta situación. Sin embargo, la lentitud de la Administración local ha provocado que en la actualidad esta china en el zapato del equipo de gobierno (un marrón más de los que el alcalde Ballesta heredó de su antecesor, Miguel Ángel Cámara) aún no esté resuelta pese a que se han convocado una serie de plazas de empleo municipal que, en teoría, deben estar destinadas a resolver este conflicto.

Pese a ser el del personal uno de los escollos más importantes que tienen los museos municipales, hay otro hándicap que, aunque es menos vistoso, no es menos importante. Tradicionalmente, la cultura se ha visto dentro de los gobiernos como una ‘maría’ que no necesitaba de mucho esfuerzo para que tener un vistoso resultado. Con un par de buenas exposiciones y actos grandilocuentes se ha venido despachado este apartado de la administración que, en otros países, sobre todo del norte de Europa, son parte de la piedra angular en la que se sustentan las sociedades más avanzadas.

En Holanda, por citar uno de los países en los que la cultura y su desarrollo son básicos, hace años, en los momentos más duros de la crisis, el Gobierno de turno realizó recortes en este apartado del presupuesto y recibió un severo correctivo por parte de la ciudadanía, que se echó a la calle en manifestaciones masivas para que se diera marcha atrás en las decisiones que se habían tomado en este asunto. La sociedad dijo que para ellos la cultura no era negociable ni debía ser moneda de cambio, un argumento que en España puede llegar a ser tomado como ciencia ficción.

Nadie se ha rasgado las vestiduras en Murcia por la situación que atraviesan los museos. Ni manifestaciones ni manifiestos ni escritos de protesta ni sentadas pacíficas, ni caceroladas, etc. salvo inicialmente. Poco o nada. Ciudadanos de baja intensidad a los que no les importa el futuro de sus museos ni la política cultural que se está llevado a cabo ni si el departamento cultural del Ayuntamiento está mejor o peor dotado de personal o si la gestión de estas instalaciones lleva décadas despeñada en el barranco.

Ni siquiera la oposición municipal y el gobierno local se han puesto de acuerdo en cómo resolver el problema de estas instalaciones ni qué hacer para que los empleados del Gaya cobren de una vez por todas. Informes y más informes, pero del dinero nada de nada, y tampoco de la gestión a realizar a partir de ahora. De todo eso, nada de nada. Siempre nos quedará la ruta de la tapa.

Por nadie pase.