Cuando éramos niños la pelea podía terminar de dos maneras: que ganara una de las partes o que una de ellas se rindiera. ¿Es esto lo que pasa entre los independentistas catalanes y su Govern y los españolistas y el suyo, el Gobierno, o mejor dicho, entre Rajoy y Puigdemont? Todo son cartas e incitaciones a lo mismo: «Ríndase usted y vuelva a la legalidad o pondré en marcha el 155 constitucional», «Si hace eso, formularé oficialmente la Declaración de Independencia».

Y ahí, en el corrillo del ´ríndase usted´, la derecha más derecha de Aznar y la de Ciudadanos, pidiendo más carnaza, o los vascos y el PSOE pidiendo diálogo, dialogo y sólo diálogo. Pero lo que realmente ocurre es que entre carta y carta, mensaje de uno y de otro, lo que no hay son ganas de apretar el nudo de la pelea, lo que quiere decir que ninguno de los dos quería hacer realidad la amenaza. Ni Rajoy el 155 ni Puigdemont la declaración independentista.

La extrema derecha se vuelve exigente con actuaciones inmediatas (entiéndase aquí Aznar como ejemplo destacado), lo mismo que la extrema izquierda (léase la CUP), en movimientos de aproximación sin tregua. Pero nadie se rendiría antes de diez días, que serían los plazos normales para cualquier actuación, fuese la que fuese, de uno u otro, o de los dos. Lo cierto es que las empresas catalanas se van de su territorio, en el que nacieron y se ubicaron, la pelea sigue, y ayuda a ello la Justicia, a pesar de las llamadas telefónicas pidiendo pacificación y diálogo. Pero yo, en un lugar distinto a estos dos que ocupan los presidentes, reclamo, desde mi modesta posición en este diario y supongo que también contaminado, y cansado, un diálogo generalizado para avanzar en la reforma constitucional.

Todo viene desde la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña de 2006, hecha pública el 28 de junio de 2010, cuatro años después de la presentación del recurso de inconstitucionalidad interpuesto por el PP el 31 de julio de 2006 sobre 114 de los 223 artículos del Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, refrendado por los catalanes en el referéndum celebrado el 18 de junio de 2006. El Tribunal Constitucional por ocho votos contra dos declaró inconstitucionales 14 artículos y sujetos a la interpretación del tribunal otros 27 (por seis votos contra cuatro). El tribunal estimó que «carecen de eficacia jurídica» las referencias que se hacen en el preámbulo a Cataluña como nación y a su realidad nacional. Todos los partidos debieran llegar a acuerdos sobre aquel Estatuto, aprobado por el Parlament y por el Congreso de los Diputados; hablar en el tiempo que viene, en esos seis meses que anuncia el PSOE intentando solucionar el problema donde está, en la reforma constitucional, en la propia Constitución, ya que puede sobrevenir el acuerdo con una reforma necesaria, y evitar así que alguno de los dos sujetos en acción se rinda y queden más rescoldos de enfrentamientos futuros.

Esperemos del sentido común de un Congreso de los Diputados, hasta ahora mismo muy inoperante, y de la necesidad, tal vez, de que haya nuevas elecciones en Cataluña para que, además, sepamos cómo andan las fuerzas de esta pelea terrible y demasiado duradera, cada día más parecida a aquellos enfrentamientos infantiles del ´ríndete´. Y dejemos de jugar para pasar a la verdadera política de la inteligencia.

¿Independencia o 155? ¿rendición? No; el diálogo que tantas y tantas personas ya hemos pedido (además, este tipo de diálogo para no imporner el criterio del 155 ya tiene antecedentes ante un problema parecido al de hoy: hace años, entre el Gobierno canario y el de Felipe González, antes de aprobar ese artículo, unas conversaciones de Josep Borrell de parte del Gobierno del Estado terminaron positivamente frente a aquellos radicales de entonces. Ahora hay que sumar al territorio banderas enfrentadas hace ya mucho tiempo, incluidos los errores históricos de las viejas dos Españas y la resultante tan triste de aquel cuadro de Goya, el de la pelea con el garrote de nuestros enfrentamientos, explicados en unas pinturas negras del genial pintor.