Mi instinto natural hubiera sido ir directamente al cine más cercano para ver el remake o la secuela (aún no tengo muy claro lo que es) de Blade Runner, con Ryan Gossling como protagonista. En lugar de ello, aproveché el oportunismo de la televisión por cable de la Telefónica para ver el último montaje de la película original, y comprobar por otra parte lo mucho que gana con la supresión de la voz en off y el mantenimiento del final de la primera versión estrenada.

Supongo que acabaré viendo la secuela, y sufriendo la misma decepción que con las versión reciente de Total Recall, otra obra maestra de la ciencia ficción cinematográfica (también basada en un relato de Philip K. Dick como Blade Runner y Minority Report), emputecida por la falta de alma e imaginación de un remake reciente, que nos hace añorar la primitiva versión protagonizada por Arnold Schwarzenegger.

Tres grandes películas de ciencia ficción basadas en visionarios relatos de un escritor con una biografía altamente peculiar, y lamentablemente fallecido en plena efervescencia creativa con apenas 54 años. A ellas habría que añadir la versión serializada de El hombre en el Castillo, producida y estrenada en el streaming de Amazon y que narra una historia alternativa en la que las potencias del Eje, Alemania y Japón, han ganado la Segunda Guerra Mundial y se han dividido el territorio de los Estados Unidos. Por esta novela, Philip K. Dick recibió el prestigioso premio Hugo de ciencia ficción, dando lugar a una carrera que se enriqueció de premios y reconocimientos, y también de dinero para los propietarios de sus derechos de autor, justo a partir de su muerte y, todo hay que decirlo, el estreno cuatro meses después en cines de todo el mundo de Blade Runner.

También merece la pena releer la novela original en la que se basa la película, y que tiene el sugerente título de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?. Cuando lo haces, descubres que Ridley Scott y el guionista principal de Blade Runner hicieron de su capa un sayo en cuanto a la historia original que se cuenta en la novela. Aunque el espíritu original de profundo pesimismo sobre el futuro inmediato y la reflexión sobre el qué nos hace humanos se respeten en esencia.

Y es que la mejor ciencia ficción es la que no tiene demasiado de ciencia y también bastante poco de ficción. Los mejores textos de los grandes autores del género como Julio Verne, J. G. Ballard, Ray Bradbury, Robert Heinlein, H. G. Wells o Ursula K. Leguin, además del propio Philip K. Dick, utilizan los avances científicos y las proyecciones futurísticas como estrategias narrativas para someter las grandes cuestiones del ser humano y del mundo que nos rodea a situaciones experimentales imposibles de encontrar en la muy pedestre realidad presente. Lo que ya es y ya ha pasado tiene poco interés para estos creadores. La forma de reflexionar y profundizar sobre lo que somos es dibujar un contexto a voluntad del autor en el que se desvele lo que podríamos ser o podríamos haber sido, y de esta forma descubrir quiénes somos.

Excesos de Tom Cruise aparte, también recomiendo encarecidamente volver a ver Minority Report, en el que el protagonismo de los gemelos, un asunto recurrente en la narrativa de Philip K. Dick, desvela el impacto de la experiencia traumática de la muerte prematura de su gemela melliza.

Hace mucho tiempo que dejé de leer novelas de ciencia ficción, aunque sigo enganchado a las series y películas del género. Nada me parece más apasionante que poder contemplar, gracias a la imaginación creativa de los profesionales de la producción cinematográfica, un futuro que nunca tendré la oportunidad de vivir, aunque, visto lo visto, probablemente será una suerte no vivirlo.

Lo más interesante de ver películas de ciencia ficción, sin embargo, es comprobar cómo va cambiando la percepción sobre el futuro que se tiene en cada época. Si hay un género donde se puede descubrir inmediatamente el año de producción es en la ciencia ficción. Al fin y al cabo, no hay nada que cambie más rápidamente que lo que aún no ha sucedido.