En Murcia, dicen las encuestas, somos más españoles que murcianos. Mucho más. Primero españoles, y luego, murcianos. El fenómeno afecta también a Cartagena, incluidos los provincialistas. Todos cuidan mucho de declararse españoles antes que cartageneros, o esto en segundo lugar. No es que esta Región tenga grandes cosas que agradecer al Estado, sino más bien todo lo contrario, pero lo cierto es que si se es murciano no hay otro remedio que ser español, pues ¿qué otra cosa se podría ser?

Es obvio que el desafío independentista catalán se percibe en nuestro entorno de manera poco complaciente, y la posición de los distintos partidos que se pondrán al alcance del voto de los murcianos puede influir decisivamente en la actitud de éstos cuando sean invitados a respaldarlos. No hay que venirse a Murcia para constatar el fenómeno. Ya hay diversos analistas que creen haber detectado que la evolución de los acontecimientos en Cataluña está poniendo a prueba electoral la coherencia de las formaciones políticas de ámbito nacional, y se atreven a atisbar un posible reforzamiento del PP de Rajoy, que estaría siendo percibido como el líder más enérgico a la par que moderado, y los reproches por su inacción, a la vista del estancamiento nacionalista, se empiezan a entender como elemento de habilidad política. El PP, sumido en el descrédito por la corrupción y en evidente decadencia en el último tramo, podría remontar con fuerza como consecuencia de la cuestión catalana, sobre todo si esa ´mayoría silenciosa´ a que siempre apela, acaba concibiendo que es el partido, de entre la media docena que componen el abanico, que menos transige y mejor conecta con un sentimiento general que incluye cierta sentimentalidad herida por las exhibiciones supremacistas de los impulsores del ´procés´.

No es extraño, pues, que el presidente regional, López Miras, se manifieste con gran soltura acerca de Puigdemont y sus muchachos y sugiera que, si han transgredido la ley, deberían estar ya en el lugar que corresponde a quienes lo hacen. El flamante líder del PP murciano conoce bien, en este aspecto, a su basca, y sabe que requiere autoestima. Si no puede ofrecerle frutos de gestión, al menos transmite doctrina. A esto contribuye también la televisión del Gobierno, que en la noche de la Hispanidad emitió una cápsula en que unía la bandera, la Constitución, la Guardia Civil y la Virgen del Pilar, todo muy en plan nacionalcatólico de la vieja Enciclopedia Álvarez; son mensajes que encuentran rescoldo y consuelo en quienes se sienten incómodos en lo que entiende como relativismo.

En lo que toca a Ciudadanos no hay mucho que subrayar: se han adelantado al PP en la esgrima del 155, y ya hay encuestas que les conceden el sorpasso a Podemos. Éste es el que lo tiene difícil, pues su tacticismo en Cataluña para intentar que Colau se alce en su momento con la presidencia de la Generalitat le obliga a discursos que desde fuera no se ven ya siquiera como ambiguos, sino implícitamente cómplices con el independentismo. El partido de Iglesias tendrá que hacer mucha pedagogía al respectos en territorios como Murcia, donde el resultado de las últimas municipales y autonómicas le ofreció un amplio campo abonado que podría diluirse con la misma facilidad con que lo ocupó. Y en cuanto al PSOE, el líder nacional parece querer redimirse ahora de su ingenio sobre la ´nación de naciones´, significase eso lo que significase, y parece calcular que la situación podría conducir, por rechazo a las idas y venidas de Podemos en Cataluña, a un nuevo escenario prácticamente bipartidista. La suerte del nuevo líder socialista murciano, que proclama su identificación con Sánchez, dependerá en buena medida de como se perciba la actitud de éste en su delicada posición actual. Por si acaso, Diego Conesa recibirá pronto en Murcia a Borrell, convertido éste ya casi en un líder transversal después de su discurso en la manifestación de los catalanes no independentistas en Barcelona, y para las circunstancias de Murcia el gesto constituirá un buen aval.

La cuestión catalana, tal y como se ha manifestado en el actual envite, obliga a los partidos de ámbito nacional a manejarse en Cataluña con la vista puesta en el resto de España, y las fintas no siempre son brillantes. En lo que se refiere a la Región de Murcia, es todavía más probable que en otras plazas que el peso de la crisis derivada del 1-O adquiera un peso electoral capaz de desplazar la atención sobre las cuestiones autóctonas. No se olvide que, aquí, antes españoles que murcianos.

El efecto Catalumur, digo.