El enfrentamiento que ha dividido a la sociedad catalana y solivianta al sur del Ebro, mucho antes de que se produjese (o no) la asombrosa declaración de independencia, apremia que la crisis de Estado sea gestionada por nuevos protagonistas y sobre bases distintas a como se ha venido haciendo hasta ahora, habida cuenta de los magros resultados ya conocidos. Por ello, nada como convocar unas elecciones autonómicas a no tardar. Con una condición: evitar las equivocaciones que se han cometido en el pasado.

Hablando de actores y como prólogo de lo que sigue, quiero adelantar que apenas he intercambiado con Josep Borrell media docena de saludos y no ha habido coincidencias políticas, sociales o profesionales. De ningún tipo. De ahí que lo que sigue es un juicio despojado de interés o cercanía.

Hace unos meses coincidimos en el aeropuerto de Oviedo, donde él había ido a presentar su último ensayo, Los idus de Octubre, y nos contó que estaba escribiendo un libro, junto con Francesc de Carreras y Josep Piqué. En buena compañía.

Hijo de un panadero de la Pobla de Segur (Lérida), que costeó sus estudios en universidades de prestigio, las primeras referencias que tengo de este catalán en Madrid me llegaron de José María Rodríguez Colorado, Colo, amigo mío desde los tiempos pretéritos en que confluimos en el Colegio Mayor de Deusto.

Ambos, socialistas de la misma agrupación, hicieron piña durante los comienzos de la democracia en el ayuntamiento de Majadahonda, Colorado como alcalde y Borrell como concejal, para después pasar éste a ser responsable de la política fiscal del Gobierno de la Comunidad de Madrid. El alcalde tenía excelente opinión del concejal, por su formación, su cabeza bien equipada, por ser hombre laborioso y exigente. En aquella confluencia política, ya destacaba entre sus conmilitones, lo que más tarde le supondría algún que otro problema. Lo de siempre.

Omito, por conocido, su recorrido político doméstico, siempre ascendente y salpicado de leves incidencias de recorrido, cuando fue secretario de Estado de Hacienda y ministro de Obras Públicas. Pero no cabe pasar por alto lo que quizás impidió a Borrell ser presidente del Gobierno. Su amistad con dos subordinados que no honraron su confianza, y que llevó a los tres a adquirir conjuntamente apartamentos en una estación de montaña. Se puso en cuestión una de sus señas de identidad, la honestidad, y fue descabalgado de la carrera. Un sector de la prensa remató la faena.

Me detengo un instante para destacar su periplo institucional como presidente del Parlamento Europeo (2004-2007), fruto de un acuerdo entre el Partido Popular Europeo y el Partido Socialista Europeo, y del Instituto Universitario Europeo, con sede en Florencia (2010-12).

En los últimos años en que la cuestión catalana no ha dejado de ser motivo de porfía (por cierto, con escasa aportación documental del Estado para el debate) ha sido su libro Las cuentas y los cuentos de la independencia, en el que trata de desarticular viejos mitos del nacionalismo catalán, la excepción a la regla. Lo que no deja de ser un remedo de lo que el Gobierno estaba obligado a hacer como aportación al debate. Y no lo ha hecho. Al menos públicamente.

Cuando he preguntado, a quién podía responderme, por qué no se ha hecho el ´libro blanco´ de los potenciales efectos de la secesión (balanzas fiscales, inversión estatal regionalizada, etc.) la respuesta ha sido esquiva y desganada, ergo insuficiente. Y no será por falta de medios. Tampoco en los debates electorales (autonómicos o estatales) se han empleado, salvo los jurídicos, argumentos suficientes ni concluyentes. Más bien disquisiciones livianas, sin intención de llegar al nervio del problema.

La televisión pública catalana evitó dar publicidad a un alegato incómodo, como resultaba ser el libro, vetando la presencia de Borrell. Pero esa torpeza, aún importando mucho, carece de eficacia si consideramos las visualizaciones en YouTube de su ´baño´ al presidente de ERC en el debate de TV8, («Borrell destroza a Junqueras en directo», 1.244,559 reproducciones) y al presidente de la exCDC en un programa de Wyoming: «Espeluznante correctivo de Borrell a Artur Mas y su 'cuento de hadas' separatista» (469.475 vistas).

Borrell no cuestiona tanto la viabilidad de un Estado independiente catalán, como su conveniencia y lo hace con la pulcritud del catedrático de matemáticas empresariales que es. Sin esconder ideas ni eludir la crítica a las falsedades, il regista respeta el sentimiento de los ciudadanos independentistas.

¿Pueden permitirse los constitucionalistas, cuyo mínimo común denominador es la defensa de la Constitución, el lujo de no contar activamente con alguien como este hombre? Pienso que no. Un día de estos, intercambiando preocupaciones con un amigo, abogado de Barcelona, le solté a quemarropa: «Si yo estuviese en el despacho de enfrente de Rajoy, le aconsejaría que hiciese todo el esfuerzo posible para convencer a Borrell de jugar un papel perceptible en la contienda dialéctica entre dos orillas tan enfrentadas. Claro que siempre habrá alguien, al fondo de la sala, que diga que pertenecen a partidos distintos y, por tanto, que es imposible». Así que voy a tratar de explicarlo.

Su contundencia dialéctica, tanto en castellano como en catalán, es ígnea. Un temible adversario en la tribuna y con la pluma. Ninguno de sus oponentes le podrá acusar de no tener pedigrí, de ser rico, de no hablar catalán, de no conocer la realidad del país, de no hablar idiomas, de desconocer el entorno internacional, de no estar familiarizado con las cuestiones fiscales y financieras, de no tener experiencia en la dirección de instituciones. Imbatible.

Lleva cerca de medio siglo acreditando que es un hombre de Estado sin ambages: «La comunidad internacional no reconocerá una independencia por las bravas de una región más rica que quiere escapar porque no quiere ser solidaria».

Su potente discurso del domingo en Barcelona, bandera de la UE en mano, ante la manifestación de la mayoría silenciada, ha abierto los ojos a quienes desconocían que es un líder con méritos propios (entre ellos su independencia) para, en cada caso, cantar las cuarenta, que es lo que nunca ha dejado de hacer. Borrell está equipado para ser presidente de un gobierno de concentración o de la Generalitat de Cataluña. Depende de él porque sus obediencias son las justas.

Il regista, ahora más que nunca, es un político global, equipado con la experiencia del servicio público, el mundo de la empresa privada, el conocimiento del mundo internacional y el arma, siempre poderosa, de la dialéctica y la comunicación.

Pónganse de acuerdo, constitucionalistas todos, y secunden la candidatura de Josep Borrell a la presidencia de la Generalitat. Es una apuesta segura que puede ayudar a cambiar el rumbo de nuestro zarandeado país. Sabrá rodearse de valiosos coadjutores para emprender el camino ineludible hacia la libertad y el respeto a la Constitución.

Lo más arduo será convencer a tantos, empezado por la aceptación del protagonista, de que las próximas elecciones autonómicas en Cataluña pueden suponer, si se hacen las cosas con buen juicio, una reversión critica del proceso que nos ha traído hasta aquí, dando paso a un gobierno que se ocupe de recuperar la seguridad jurídica (que se traduzca en la vuelta a casa de las empresas que han tenido que cambiar su domicilio para evitar las consecuencias de la inestabilidad), del bienestar de los catalanes (tan olvidado, en estos años para olvidar) y de negociar, desde el respeto de la ley, aquellas cuestiones que contribuyan a la ventura de los que se sienten catalanes y españoles.