Los periodistas solemos estar acostumbrados a que en cualquier momento del día se produzca un suceso inesperado, ya sea un accidente, un robo o cualquier otra situación que hace que saltes de tu silla de redacción y te pongas a hacer llamadas para informar lo antes posible sobre lo que está sucediendo. Lo hacemos con un prisma distinto al que puede tener cualquier otro ciudadano. Pero el accidente que tuvo lugar el pasado lunes por la tarde con varios vehículos y camiones implicados en la autovía A-7 de Murcia y que se saldó con cinco fallecidos y una decena de personas heridas nos encogió el corazón y el estómago a todos los compañeros. En un primer momento tiendes a pensar que puede haberse debido a un verdadero ´accidente´, piensas que quizá el conductor tuvo un despiste, se le cruzó algo en la carretera o se sintió indispuesto y no supo reaccionar. Pero entonces, la realidad se vuelve aún más cruda cuando un día después confirman que la persona que se encontraba al volante del camión que causó el siniestro había consumido cocaína. En ese momento sientes una mezcla de indignación, rabia, impotencia y dolor. Indignación y rabia por que estas situaciones se sigan produciendo, que haya imprudentes (por llamarles de una forma suave) que cojan un vehículo habiendo consumido cocaína y acaben con la vida de otras personas. Impotencia por que quienes de verdad pueden hacer algo no lo hagan, que no se tomen medidas para evitar que personas que han tomado drogas o han bebido trabajen al volante o vuelvan a hacerlo. Y dolor por esas familias rotas en cuestión de segundos. Por favor, hagan algo.