Cuando escribo este articulo aún no ha declarado Puigdemont la independencia de Cataluña, y mientras esto llega, o no, recuerdo cuando Joan Manuel Serrat prefirió no asistir al festival de Eurovisión, en 1968, antes de cantar la canción La, la, la en castellano (él exigía hacerlo en catalán). Massiel fue su improvisada sustituta y ganó el por entonces prestigioso certamen musical. España vivió con aquello una eclosión de españolidad. Aquel fervor patrio solo se repitió cuando nuestro país ganó el Mundial de Fútbol y es que, al parecer, los españoles necesitamos fuertes dosis de adrenalina para sentirnos orgullosos del hecho de ser españoles.

Y rememoro ahora las críticas que la prensa del régimen vertió sobre Joan Manuel Serrat. Un catalán, mitad aragonés, que quiso ser fiel a sus ideas a riesgo de perder muchos seguidores con lo que significa para un cantante la desafección del público, que siempre se traduce en pérdida de muchos ingresos por ventas de discos y asistencia a sus conciertos.

Joan Manuel Serrat era uno de los artistas más comprometidos en su moderada lucha antifranquista (todos éramos moderadamente luchadores contra el franquismo, porque tampoco era cuestión de provocar) y él, como muchos otros, salieron a la calle para gritar «amnistía y libertad», un desahogo juvenil que servía para constatar que algo estaba cambiando en este país nuestro. Y claro, a Serrat se le llamaba comunista porque, en aquellos tiempos, en este país el que no era fascista era comunista, no había término medio.

Han pasado los años, Serrat es llamado ahora ´fascista´ por una pléyade de personajes que en la época en la que él pregonaba su sentimiento democrático ellos deberían estar ´a Belén con los pastores´, porque nunca supimos de sus andanzas. Sí, en Cataluña, y al parecer también en otros lugares de España, hemos vuelto a hacer una división entre los que están conmigo o contra mí. Porque ya se sabe, los que están conmigo son los buenos y los que están en desacuerdo, los malos.

Vamos, y para que me entiendan, ahora los buenos son aquellos que se están saltando a la torera las leyes que todos los españoles nos dimos hace años. Ellos, aunque suene extraño, son los demócratas, y los que defienden el Estado de Derecho, los fachas. Algo a lo que está contribuyendo alguna que otra nueva formación política que confunde las churras con las merinas y atesora un discurso rancio y antiguo aunque la mayoría de sus componentes sean tan modernos.

Así es que a Joan Manuel Serrat se le está tratando de fascista simplemente porque en unas declaraciones en Argentina vino a decir lo que muchos y muchas pensamos, que el referéndum catalán es ilegal; que el Gobierno catalán está incumpliendo las leyes y que espera, por el bien de todos, el diálogo necesario para impedir lo que la mayoría de españoles no queremos que ocurra. Eso fue todo lo que dijo, lo que muchos piensan y no se atreven a decir: «Sabemos lo que ha ocurrido hasta ahora: ha habido una ley del referéndum aprobada en un día sin debate parlamentario. Y sabemos que el Gobierno de España ha ninguneado las voces de Cataluña durante cinco años, sin hacer el mínimo gesto. Sabemos que el Gobierno de Rajoy ha sido una fábrica de independentistas», dice Serrat, que asegura que la solución no puede ser otra que ´el diálogo´.

Y no es que yo comparta eso de que la solución sea el diálogo cuando los primeros que no quieren dialogar si no se les promete el referéndum pactado son los independentistas, pero creo que algo se tendrá que hacer, porque lo que no se puede pretender es que sean los jueces y fiscales quienes marquen el paso de las decisiones que han de ser estrictamente políticas, porque como dejó escrito José Martí, «gobernar no es más que prever».