Dice Julio Navarro que ya huele a Tenorio. Y es verdad. Ni el clima veraniego de estío trasnochado lo impide. En toda España es San Tenorio. O sus vísperas. Sí, San Tenorio. ¿No subió al Cielo? Pues San Tenorio. El Teatro Romea de Murcia, y tantos y tantos ámbitos escénicos de toda España y el Mundo Hispánico, celebran la efeméride. Sí, efeméride. Una efeméride española. Don Juan Tenorio es algo más que una lección del dogma católico. Que lo es. Es la versión española de la Bella y la Bestia, de San Jorge y el Dragón, de David y Goliat. Pero en esta España nuestra no hay vencedor. Hay vencido que se transmuta en vencedor al aceptar su derrota. Acaso, quien no acepte la Trasmutación del dogma católico en la Santa Misa, no pueda entenderlo. O aceptarlo. Don Juan, al pie de la Sepultura, se transmuta. Transmutarse es lo que sucede en la Eucaristía. Con todos los respetos incluidos. El perdón nos transmuta, que es más que cambiar. Pero tampoco me quiero poner en ámbitos de exclusividad, española y católica, además, que eso lleva a las playas del narcisismo nacionalista. Y no es por ahí, aunque algún despistado así lo crea. Pues, eso, decía que la lectura de mostrar el dogma del perdón no agota el mensaje del Tenorio. El Tenorio tiene muchas cosas más que siento, pero no sé. No achaquen a mi incapacidad de explicarlo la inexistencia del asunto.

Ha dicho alguien que el Quijote es la Biblia Española. Bien, pues Don Juan Tenorio es el espejo español. Bravura, que muchos confunden con bravuconería. Aunque, efectivamente, la Bravura incluye la bravuconería. Pero es algo más. No. Se trata de algo más, inefable y etéreo, pero más recio. Únicamente pasa que yo no lo sé verbalizar. Zorrilla sí supo. Aunque no sé si era consciente de lo que hacía. Seguramente, no. Las palabras de los escritores les superan, y van donde ni ellos mismos se imaginan. No todas, claro. Ni a todos los escritores les pasa eso. Don Juan Tenorio es un espejo para los españoles, pero sin nuestra lateralidad cambiada, como hacen todos los espejos. Es un autorretrato. Naturalmente que profundo, no superficial, fenoménico.

Julio Navarro Albero lleva al Tenorio dentro ya tres o cuatro generaciones. Eso da carácter. Las palabras de Zorrilla en su boca pesan lo que todos sus antepasados han puesto en ellas. Por eso es difícilmente superable en ese cometido de actor. Es un oficiante ideal de este rito de la religión de la españolidad, que afecta a toda la piel de toro por entero, entre el Cabo Creus, Finisterre, Ayamonte y Cabo de Gata. Una liturgia que resarce, que oficia la catarsis para conciliar al que fuimos, al que creímos ser, y al que seremos. Una liturgia del instante de cambio que es el presente. Es una conjunción del tiempo que une las etapas, quemando arrogancias, donaires, decires de ingenio y blasfemias teologales en el fuego sacrificial del Perdón.

Ir a ver el Tenorio de Julio Navarro es algo más que ir al teatro. Es igual que no sientan todo esto que digo: su alma sí lo siente. Con Dios.