Hace unos días, las dos compañías más importantes de la moda francesa anunciaron que no volverán a contratar modelos por debajo de la talla 34, ya que son conscientes de los trastornos alimenticios que puede generar exhibir a sus zancudas exangües en las pasarelas. ¿Perdonaaaa? ¿Pero qué persona que mida la altura de una modelo gasta la 34?

No puedo con la frivolidad, las mentiras y los bienqueda. Y todo por el vil metal.

Tengo una amiga que podríamos llamar 'insalubremente delgada'. A la vuelta del verano me la he encontrado gris y enjuta, con la sonrisa aún más amplia si cabe, para disimular su sufrimiento. Porque el trastorno que la ha llevado a presentar aspecto de cadáver no puede reportarle ninguna felicidad interior.

La conozco hace unos cuantos años y cada uno de ellos he ido asistiendo a su deterioro físico sin poder hacer nada. Siento rabia e indignación, e incluso vergüenza, porque me veo impotente para intervenir y hacerle ver que se está matando.

La he visto comer ensaladas que nos ha prohibido aderezar con aceite al resto de comensales. Cada día machaca las pocas fibras que le quedan durante varias horas en el gimnasio y, cuando tiene ocasión, completa el cuadro escénico tomando el sol para quemarse la piel, lo que le confiere un aspecto aún más tétrico. A veces nos abrazamos al despedirnos y es terrible rozar ese esqueleto que alberga un enorme corazón trastornado. En alguna ocasión nuestras conversaciones han pasado de puntillas por el asunto de los kilos y salta siempre como un resorte, a la defensiva, para defender a capa y espada su teoría de que está perfecta así. Lo que está es horrible, a pesar de que se maquille y se vista con modelos que intentan camuflar solo piel y huesos. Las últimas veces que intenté hacerle ver que su salud peligra casi se rompe nuestra amistad, y no me atrevo a decirle lo que todos pensamos, porque puede que sea la última vez que hablemos, mientras sobrevive en ese limbo con el que se está castigando.

Por eso me indigna la palabrería de los modistos y de los creadores de sueños insanos. La extrema delgadez voluntaria y la negativa a admitir la gravedad de su estado no son un número, señores: esto es mucho más grave. Pero mientras nos sigan intentando hacer creer que la actual Reina de España come más que una lima sorda, con esos brazos que invitan a pagarle un cocido, mal vamos.

Más valdría que, en lugar de tanto anuncio a bombo y platillo para calmar conciencias, las empresas de la moda lanzaran campañas con las asociaciones que pelean por ayudar a quienes padecen esta enfermedad y a sus familias. Entonces podríamos creerles.