Marshall MacLuhan definió un mundo dominado por la televisión como 'la aldea global', consecuencia del estrechamiento definitivo de una comunidad planetaria de distancias empequeñecidas por la comunicación a través del espectro telemático, un mundo que ya se había reducido previamente en dos ocasiones: con la radio en la Constelación Marconi y con la imprenta en la Galaxia Guttemberg, según las sugerentes y coloridas definición que utilizó MacLuhan.

MacLuhan, un pensador canadiense que reflexionó brillantemente sobre los medios de comunicación de masas, no vivió lo suficiente, sin embargo, para conocer el medio que realmente ha acabado reduciendo al nivel de una aldea la sociedad planetaria: internet y, en concreto, el increíble desarrollo de las redes sociales como facebook o twitter. Esta 'aldea global', más allá de cualquier otro medio de comunicación anterior, permite un inusitado nivel de protagonismo a sus participantes individuales, algo que lo aleja a distancia estratosférica del modelo emisor - mensaje codificado- mensaje decodificado- receptor. Lo que prima en este nuevo medio es la interacción entre individuos, entre los que se destaca el papel cada vez mayor de los influencers, líderes de opinión surgidos de la masa caótica de emisores / receptores que pueblan las redes sociales.

En esta aldea global, las imágenes viajan a la velocidad de la luz, literalmente. Eso lo comprobamos, por ejemplo, cuando el pasado domingo 1-O las imágenes de una pobre vieja que se había caído por la escalera se convirtió en la de la misma vieja pero apaleada por un miembro de las fuerzas represiva del Estado español. O la mentira fabricada que convirtió un pequeño esguince fruto de un empellón en el retorcimiento uno a uno de sus dedos por un malvado torturador, colega a su vez del aporreador de ancianas.

Y es que en este mundo de imágenes simples, las verdades se fabrican con enorme facilidad y las mentiras más burdas se vuelven incombustibles a la crítica razonada o a la demostración evidente de falsedad. Pero no hay que culpar de las verdades fabricadas y de las mentiras incombustibles a la potencia de transmisión de información que nos proporcionan los nuevos medios. Al fin y al cabo, la mentira es consustancial al ser humano, y existe desde el momento en que se descubrió su enorme utilidad para conseguir un objetivo mediante la simple articulación de un mero relato verbal mínimamente creíble.

Lo que sí ha cambiado con internet y las redes sociales es, precisamente, la capacidad de aceptar la mentira y el engaño, fruto de saber reconocer a los nuestros y de la capacidad de aislarnos frente a los demás. Es la tribalización de las redes sociales lo que fundamenta su radicalización. En un mundo de emisores institucionales y, por tanto, de un discurso oficial controlado, a los disidentes les costaba encontrarse y relacionarse entre sí, lo que les inducía irremisiblemente a la melancolía del guerrero solitario y antisocial. Ahora, por el contrario, el freak puede encontrar fácilmente a sus almas gemelas y reforzar su autoestima dentro de un grupo que lo entiende, lo acoge y lo confirma. Por haber, hay grupos que odian el filantro, o que deciden apoyarse para llevar a cabo suicidios sincronizados.

Hace mucho tiempo descubrimos que la audiencia no es pasiva ni neutra. Los lectores de periódicos leen prensa para confirmar lo que piensan, no para descubrir nuevos enfoques ni ideas. Las audiencias se tribalizan en la televisión, mucho más a la hora de oír la radio, e infinitamente en las redes sociales donde, gracias a los algoritmos que nos presentan justo aquello que queremos ver o leer de la gente con cuyas publicaciones tendemos a interactuar, acabamos viviendo y relacionándonos en una auténtica burbuja de colegas y conmilitones. Así, de la aldea global, pasamos a la adhesión estricta y excluyente a nuestro clan cavernario. Por fin hemos completado el círculo. Salimos de la caverna con nuestro grupo de neardentales, y a ella volvemos con nuestros colegas de fanatismo.

Me hace gracia cuando se habla de la 'radicalización' de un yihadista, previa a su estallido de locura y sangre. Aquí todos nos estamos radicalizando todos los días, a base de no escuchar, de no ver y no leer aquello que se opone a nuestras concepciones ya forjadas o a nuestras preferencias ya establecida. Alá es grande, y la aldea global, cada vez más pequeña, dividida y enfrentada.