Por alguna inconsciente analogía, los sucesos de Cataluña evocan la novela de Graham Greene Nuestro hombre en La Habana. En su relato el escritor inglés cuenta cómo un anodino y fracasado vendedor de electrodomésticos se hace pasar por espía, casi por aburrimiento. El caso es que para ganarse un dinero extra, hace creer a los servicios secretos británicos que los planos de una aspiradora son la maquinaria de unas instalaciones ultrasecretas del gobierno cubano. Lo imprevisto de la situación sobreviene cuando los demás espías internacionales se alertan, sobre todo porque el propio contraespionaje cubano parece confirmar el valor de la información al perseguir y eliminar a alguno de los amigos en relación con el vendedor de electrodomésticos.

La avidez general por hacerse con los planos intensifica su supuesto interés estratégico y pone al vendedor en el centro de una mascarada donde nada es verdad salvo las víctimas. No obstante, una vez descubierta la falsificación, la agencia al servicio de Su Graciosa Majestad decide ocultar el escándalo de su propia credulidad condecorando y jubilando al improvisado héroe que, de paso, había seducido a la funcionaria enviada para verificar su trabajo, y cuyo atractivo le empujó a enredar más aún la artimaña.

Fingir que el dibujo de las instrucciones de un electrodoméstico son los planos de una tecnología secreta puede ser una mentira y una idiotez, y al mismo tener efectos tan reales como las víctimas y las persecuciones. Además, el solapamiento entre la verdad, la mentira y la realidad se proyecta en la propia vida del autor de esta socarrona y tierna sátira del espionaje (y, en realidad, de la vida humana), porque él mismo fue condecorado con la Orden del Mérito del Reino Unido. Así que dedicar una vida a inventar historias que ridiculizan a las instituciones se puede resolver en que dichas instituciones te concedan medallas y pensiones. Me pregunto si alguno de los vendedores de electrodomésticos que hacen pasar los planos de tostadoras por los de un estado independiente nuevo en esta feria secesionista, no acabará después de todo condecorado por las mismas instituciones a las que debería abochornar.

Tampoco faltan motivos para preguntarse si el Gobierno español no habrá convertido torpemente los planos de una aspiradora en una parodia postmoderna del dos de mayo para la prensa y algunas instituciones internacionales, y hasta para muchos catalanes de buena voluntad. Ciertamente, las imágenes de los policías enviados a actuar a donde y cuando ya no debían haber ido, para hacer lo que ya no podía sino salir mal, son prueba de una falta de sentido en la gestión de la situación por parte del ministro de Interior y su equipo que no habría que pasar por alto, cuando sea el momento.

La trampa que se les tendió era tan visible y resultaba tan obvia como la pretensión de conseguir unas imágenes de brutalidad que finalmente se les brindaron con una candidez calamitosa. La desobediencia de la policía autonómica no puede servir para excusar la lamentable falta de previsión de las autoridades de Interior, que no acertaron a ver lo que todos los demás españoles suponían: que si dependía de los Mossos lo más probable es que el referéndum ilegal se realizaría.

La gravedad de la crisis en la que esas ineptitudes terminaron por precipitarnos aconseja demorar su juicio político, pero en ningún país del mundo desarrollado dejarían de causar dimisiones y rendiciones de cuentas porque es probable que se trate de la torpeza con efectos sociales y políticos potencialmente más graves en la historia de nuestro país desde hace varias décadas. Además, tales ceses son una obligación de justicia moral, y no solo para las víctimas materiales, sino para todos los españoles que contemplamos abochornados aquellas lastimosas escenas.

Sin embargo, lo más sorprendente de estos últimos días no ha sido lo que ocurrió, sino lo que se ha fabulado sobre lo que ocurrió, con la explícita intención de servirse de mentiras verosímiles para manipular la opinión pública nacional e internacional, para movilizar a los partidarios del secesionismo y demonizar a los contrarios y, en suma, para lograr hacer realidad un ideal que no repudia las mentiras de diseño que lo pudieran hacer posible.

Y es que, por deplorables que fueran los excesos policiales cometidos, lo más sorprendente fue su inusitada escasez y levedad: solo cuatro ingresados de los cuales solo dos resultaron de gravedad, y solo uno de ellos por acción policial directa. Así que resulta poco dudoso, a mi juicio, que las fuerzas policiales extremaron en casi la totalidad de sus actuaciones la evitación de daños a los ciudadanos que pertinaz, masivamente e ilegalmente se resistían al cumplimiento de un mandato judicial, por torpemente que fuera implementado por los responsables políticos.

Así que nada se ha visto todavía de los partes médicos de las lesiones y cuidados que recibieron los casi novecientos heridos, y que dieron lugar a que algún político europeo hablara del parte de víctimas más importante en Europa desde la segunda Guerra Mundial. Ni tampoco de la documentación y el procedimiento de recuento que deberían avalar los datos de participación y voto; o que desmintieran las noticias sobre resultados con votos afirmativos superiores al censo de las poblaciones; o que anulen los casos documentados de multiplicidad de votos realizados por una misma persona, en algunos casos ni siquiera censados en Cataluña.

Por el contrario, se han verificado las utilizaciones de fotos e imágenes falsas de cargas policiales así como de personas jóvenes y mayores supuestamente heridas por la policía, y que correspondían a accidentes domésticos o bien a otros conflictos y actuaciones policiales, casi todas ellas ocurridas hace meses o años y fuera de Cataluña. Por no hablar de los politraumatismos con fracturas múltiples y abusos sexuales vejatorios que denunció la edil independentista, y que se transformaron en capsulitis leve en un dedo.

Los políticos y los comunicadores de uno y otro lado pueden intentar que todas sus ineptitudes y fechorías pasen desapercibidas y, al final, den más o menos igual en el caos vertiginoso de los acontecimientos. Pero la salud de nuestros sistemas políticos y la garantía de los derechos de los ciudadanos depende de que los demás no las dejemos pasar sin denunciar y sin recordar que no es lo mismo la verdad que la mentira, y que las aspiradoras no sirven para declarar la independencia.