Más al sol que a la sombra, solos o únicamente con sus cuidadores, los abuelos ocupan al mediodía los bancos de Alfonso X. Por la noche, sirvieron de cama a los indigentes que malviven y malduermen en la oscura ciudad, con sus escasas pertenencias a cuestas. Al dar las 10, éstos desaparecen para SOStener su cartel en las esquinas del centro. Más tarde, surgen de los portales los otros huérfanos, viejos que buscan un rayo de luz para sentirse vivos. Es una suerte que algunos lleven su silla de ruedas porque no hay suficientes asientos, con el Rey sabio ocupando su trono. Ni sus hijos ni las autoridades piensan en ellos sino en cercar la arteria con cientos de sillas de las terrazas. Entre los mayores hay un pacto no escrito para repartirse el espacio. Muy difícilmente cambiarán de banco pues, tras visitarlo cada amanecer, forma parte ya de sus vidas, por lo que los días con hueco son días de duelo. Esta semana alguno más ha comprado el periódico, que comenta con su cuidador ecuatoriano, ducho en atenderle en todas sus necesidades y, preocupado, incluso, de seguir la tediosa actualidad regional y nacional. Otros, más solitarios, prefieren hacer uso del regalo que le hicieron sus nietos en su último cumpleaños, una pequeña radio con auriculares, que se transforma en el hilo que les mantiene unidos al mundo. Difícilmente se genera un debate, escépticos sobre el futuro. Hoy, sin embargo, observan una manifestación donde brillan canas como las suyas. Son nuevos y viejos sindicalistas que reclaman pensiones dignas en una marcha que les lleva de Murcia a Molina. No faltan quienes, al paso de la comitiva, esgrimen una sonrisa o un intento de aplauso. No llevan banderas sino un paso firme, aunque como sus correligionarios, que les apoyan desde las aceras, saben que, si ellos no lo remedian, son tiempos de poda. Más tarde, al humo de la calle Pérez Casas los bancos se convertirán en barras improvisadas de botellón, alcohol para olvidar el presente. Testigos del declive, los bancos del tontódromo ya esperan el paso alterno de la población invisible. Todo fachada, la Delegación del Gobierno, ubicada en el propio bulevar, no alberga con su sombra a los pobres, viejos y jóvenes sino que los cubre, con su fatal manto, de desigualdad, olvido y reforma laboral. Otro día contaremos las noticias.