"Votar es democracia". Eso es lo que dicen muchas personas con respecto al referéndum en Cataluña. «Votar es democracia», salen diciendo en los vídeos de YouTube o publicando en las redes sociales. Y, sin duda, tienen toda la razón. El hecho de votar, de llevar una papeleta en la mano para introducirla en una urna es, sin duda, un acto absolutamente democrático. Posiblemente, el más democrático que existe. Pero el acto de votar siempre (y recalco la palabra siempre) es democrático. Lo digo porque algunos piensan que la democracia solo es democracia cuando ganan ellos, pero no cuando ganan los demás. Cuando se trata de votar, votar es democrático siempre: es democrático cuando se vota a favor de un partido independentista como la CUP y es democrático cuando se vota a la extrema derecha. Lo es cuando gana Esquerra Republicana y también cuando gana el Partido Popular, porque imagino que, en las últimas elecciones, el Partido Popular no ganó gracias a una expedición de caravanas extraterrestre procedente de Plutón. Detrás de cada papeleta hay una mano, y detrás de cada mano hay una persona que merece el mismo respeto democrático tanto si vota a un partido como si vota a otro. Y es que una cosa es votar (que es democrático) y otra cosa muy distinta es lo que se vota (que puede no serlo). Puede que votar a un partido de extrema derecha o independentista sea democrático, aunque esos partidos muy posiblemente no lo sean. Por eso, los resultados en unas votaciones democráticas no siempre dan resultados democráticos. El referéndum alemán de 1929, por ejemplo, le dio al Partido Nazi un reconocimiento y una credibilidad como nunca antes había tenido y ya sabemos todos cómo acabó el experimento.

Y es que hay que tener mucho cuidado con los temas que se llevan a un referéndum, porque, puestos a votar, muchos españoles votarían a favor de que los percebes fueran gratis o de cortarle los huevos a según qué entrenador por sus declaraciones políticas. Gracias a las leyes que tenemos (y que no todos respetan), ese entrenador puede seguir con sus partes en su sitio. Y es que, al final, el tema de Cataluña no tiene nada que ver con la democracia, sino con lo sentimental. Y los sentimientos, como sabemos, rara vez son objetivos. Cuando existen dos actos iguales, la democracia los interpreta del mismo modo, mientras que el corazón los juzga como le da la gana. Un fuera de juego es un fuera de juego, pero cuando se lo pitan a nuestro equipo siempre nos da la sensación de que el defensor del equipo contrario tiene la uña del dedo gordo del pie un poco más adelantada. Llevado al terreno de la política, la situación es semejante. Colgar una bandera es colgar una bandera. Puede ser la bandera de Polonia o la bandera de los embutidos El Pozo que nos han regalado en el súper. Sin embargo, si cuelgas la bandera española unos dirán que eres un facha mientras que, si cuelgas la bandera catalana, no dirán nada. Al parecer, sentir la patria solo es fascista si sientes una patria determinada y no la otra, algo absolutamente delirante. Además, si recibiésemos un euro por cada vez que un gilipollas utiliza en este país la palabra 'facha' de manera gratuita, seríamos los más ricos del planeta.

En fin, que el tema catalán tiene mal arreglo, porque no se trata de votar o no votar, sino de 'ser más'. Y es que cuando se siembra la semilla del sentimiento nacional-socialista siempre hay problemas, porque siempre aparecerá alguien que se considerará más guapo y más catalán que tú, y al final (como le pasa a Serrat y le pasará a Artur Mas o a Puigdemont) las criaturas que se han creado terminan comiéndose a sus propios creadores.