Ahora, cuando tanta confusión política hay, cuando la derecha juega un papel bélico lejano también a los tiempos que corren, y la izquierda se ha quedado áfona ante tanta crueldad política y tanta mentira, ahora más que nunca son cada día más últiles aquellos símbolos revolucionarios que devienen en mitos como fue el Che Guevara, símbolos como por ejemplo los creados por Carlos Puebla y Alberto Korda (canción y fotografía), que eran los de un mito ya entonces, y es memoria todavía resuena o se ve en forma de póster en los despachos de miles de jóvenes.

Al Che le gustaba la poesía y las matemáticas, y luchó por Cuba junto a Fidel Castro y finalmente en el Congo y en Bolivia, cuyo ejército, en combinación con la CIA, iban tras él, en el mismo pueblecito donde fue ejecutado, con las manos atadas, La Higuera («la vida no es más que un chispazo entre las nieblas», según Sartre). Fue así como dos armados le dieron el tiro de gracia antes de que lo subieran a los patines del helicóptero.

Se cumplen este año cincuenta de que fuese asesinado. Y aún resuena aquel «seguiremos adelante», o el «hasta siempre, comandante» de querida presencia? Nadie jamás, en los procesos revolucionarios de los pueblos, ha dejado una huella tan ideológica ni política ni tan brava como aquel argentino que 'aprendimos a querer' desde la lucha contra el imperialismo norteamericano y siempre en defensa de los pueblos del mundo que aspiran a ser libres.

Recuerdo que aquella tarde que compré la revista Triunfo en cuya portada se veía al Che ya asesinado, algunos compañeros sufrimos un dolor y una impotencia tremendas. Éramos jóvenes, pero sabíamos perfectamente lo que había pasado en Cuba y de dónde y para qué venía todo. Y el Che era la autoridad de la guerrilla. Un hombre enfermo que aguantaba la pelea contra aquel capitalismo yanki de presidentes corruptos y de secretarios de estado y militares asesinos.

Pero se acabó la diversión, porque en eso llegó Fidel, y el Che, con un puñado de militares cubanos que se alzaron contra el Gobierno de Batista, y que quedaron para siempre en nuestra memoria, en nuestro recuerdo histórico. Porque Fidel y el Che fueron quienes cambiaron aquel país explotado por USA; eran, como decía Eduardo Galeano («somos lo que hacemos para cambiar lo que somos»), y aquellos años fueron muy duros en Cuba y en el mundo, como después en Bolivia, como lo fueron también en Chile (recordemos el asesinato del pueblo chileno a manos de un general golpista, con la muerte del presidente de aquel Santiago en ruinas, Allende. Y todo pasó hasta que se «pisaron las calles nuevamente, las de Santiago ensangrentada», porque antes, cuando el bombardeo de La Moneda, llorábamos todos en aquellas tarde sin reposo, aunque años más tarde «pagarían su culpa los traidores» al decir de Silvio Rodríguez. Una vida segada en La Moneda, un comandante asesinado en la selva boliviana con las manos atadas, vidas destinadas porque así lo quiso el pueblo a ser símbolos revolucionarios para siempre.

Y que no nos cuenten más cuentos, ahora que hacen cincuenta años (09.10.1967) del asesinato en Bolivia del mito revolucionario, un médico argentino, compañero de Fidel Castro en la revolución cubana, y que un día vino a España y aún le recordamos en los diarios cuando se fotografió, en la Plaza de Cibeles, de militar con algunos amigos españoles.

Tenía 39 años. Su cadáver, rodeado de militares, sobre la pileta de cemento del lavadero del hospital San Juan de Malta, era el retrato del crimen que fue exhibido al día siguiente a la prensa para dar testimonio público de la muerte del aquel líder guerrillero.

Y ahí, hace ahora cincuenta años, empezaba la historia de quien asumía los riesgos, como un verdadero héroe, de una vida en pie contra la canalla capitalista y el fascismo de los pueblos latinoamericanos y en defensa de los pueblos del mundo que quieren ser libres. Por eso, hoy podemos decir, en Santa Clara, donde están finalmente sus restos enterrados, o en cualquier lugar del mundo, otra vez como ayer: «Hasta siempre Comandante».