Cada día disfruto más de la conversación con amigos, conocidos y extraños porque con los años he aprendido a sacar valor de todos y cada uno de esos encuentros pese, e incluso, a lo tedioso y aburrido que puedan resultar algunos. Sin embargo, las buenas conversaciones están caras de ver, de ahí que yo las disfrute tanto. Una buena charla con una persona interesante y en un buen ambiente puede llegar a producirme casi, y digo casi, el mismo placer que un buen orgasmo (entiéndase la comparación algo exagerada). Además, ambas situaciones pueden ser difíciles de experimentar para algunas personas. Y aunque este no es mi caso, cuando encuentro alguien con quien saborear charlas agradables, enriquecedoras y con fundamento me felicito a mí misma por el hallazgo y las vivo y las mantengo intensamente, pese a que mi interlocutor pueda ser un extraño o un recién llegado a mi entorno.

Precisamente en una de estas conversaciones hace un par de semana, entre amigas y con unas cuantas cervezas de por medio, una de las nuestras nos hacía una confesión reveladora de esas que sólo se hacen a altas horas de la madrugada y cuando el nivel de alcohol y/o ruido garantizan que no será más que un pasajero recuerdo. Lo que no advirtió es que yo bebía sin alcohol porque esa noche conducía y tenía todos mis sentidos predispuestos. Cuando hablábamos y discutíamos sobre la posible atracción que podían despertar ciertas personas que no son especialmente agraciadas, nos reveló que ella ´le hacía el amor´ (intentando utilizar un término menos fuerte del que ella empleó) a las mentes, no a los cuerpos, dando un paso más allá en la defensa del sex-appeal de los feos.

Hasta el momento, algo había leído, oído e incluso escrito sobre los que se denominan ´sapiosexuales´, aquellos que se sienten atraídos por los intelectos; es decir que se interesan por personas que gozan de grandes conocimientos. Incluso reconozco que a mí siempre me han gustado y enamorado aquellas personas de las que tenía la posibilidad de aprender algo; y que la admiración, en mi caso, es imprescindible para la seducción. Sin embargo, lo de ´tirarse´ (sigo sin utilizar el dichoso término) a las mentes se me escapaba por completo. Hacer el amor, para mí, es un acto completamente físico, corporal e incluso emocional, pero jamás lo había visto como algo intelectual. Por lo que tenía que indagar más aún en ese concepto.

Para intentar explicarnos su argumento nos introdujo a Platón y el verdadero significado del amor platónico que, lejos de la creencia popular extendida, nada tiene que ver con aquel que es imposible o inalcanzable, sino que se refiere a la contemplación de la belleza del alma:

«A continuación, debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso del alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle», El Banquete.

Asegura además que la unión y el acto físico en absoluto son necesarios, ya que el placer y el regocijo se obtiene de esta curiosa admiración supra-corporal entre cerebros. Teoría que podría justificar también mi fascinación por una buena conversación que exponía al comienzo.

Sin embargo, había algo que no me cuadraba en todo esto. Después de unas cuantas explicaciones, preguntas y argumentos me di cuenta de que de todos sus ´ilustrados´ enamorados ninguno era del todo feo. Con lo que, en tales casos, para contemplar la belleza de sus mentes una estaba ya un poquito más predispuesta. Aunque aún seguía sin entender cómo la simple observación podía resultar suficiente y cómo uno se podía ´tirar´ una mente sin el más mínimo acercamiento entre los cuerpos.

A lo que otra compañera exclamó:

—¡Entonces follarte —ahora sí lo utilizo— otra mente no se pueden considerar cuernos!