La pasión ibérica ya ha prendido en el asunto catalán. Malo. Las dos partes llaman diálogo a que la otra acceda a negociar las condiciones de la rendición, a la que supone única solución razonable. Y no me pongo de perfil, equidistante, entre las dos posturas. Sí que hay sinrazón nacionalista catalana, y sí que hay razón de Estado por parte española. Me pongo de la parte española. La prosperidad: el patriotismo de fondo de las gentes, está de esta parte sur del Ebro. Cataluña se hizo rica al vender sin aduanas durante trescientos años al resto de España, de la que forma parte. Formar parte no es pertenecer a parte alguna superior. Cataluña no ha sufrido mayor agravio que cualquier otra parte de España, desde siempre. A pesar de lo que crean los nacionalistas, que viven en una burbuja de irredentismo.

A su facilidad para invadir el mercado español, basada únicamente en el mercado único impuesto por el Estado (Borbones y Franco), lo han llamado consecuencia natural de su verdadero y natural supremacismo. Y al recaudar el Estado su participación en los gastos generales, lo han llamado robar. Unas aduanas en Vinaroz y en la Franja de Levante (verdadero nombre de los que los catalanes conocen con Franja de Ponent), hubieran dejado a las arcas españolas (y sólo para repartir en lo que hubiera sido España) más, bastante más dinero que lo recaudado por impuestos. Pero ellos, el Catalanismo, no lo ve así. Incluso piensa que, independientes, seguirían teniendo ese mercado español, que consideran de su propiedad. Y que, además, España siguiera pagando sus pensiones hasta que surgiera el primer jubilado con toda su vida laboral realizada en la República Catalana. Lo cual es tan delirio como todo lo demás, histórico, actual o como sea.

Pero, volviendo al principio. Si los catalanistas fueran el 80%, ya se habrían independizado. Duda cero en eso. Con el 44% en el mejor de los casos, la aritmética cuenta. Y la aritmética dice que no hay mayoría. Por eso excluyen a la participación del referéndum del 1 de octubre, de los criterios decisorios a la hora de valorar el mismo. Con que sólo votara Puigdemont, podrían decir que han ganado por el 100%, pues sólo van a contar las papeletas emitidas. Una trampa democrática de campeonato mundial.

Las cifras mágicas para solucionar el asunto son, en mi entender: 1-50-55-60. Me explico. El guarismo 1 es el de referéndum legal y con garantías. Es decir, con la Constitución cambiada legalmente. El actual referéndum es ilegal, ilegítimo y fraudulento. El guarismo 50 es el que implica al porcentaje mínimo de participación, referido al censo. El guarismo 55 es el porcentaje mínimo de votos favorables al sí para la propuesta de secesión. Y el 60, el porcentaje por el que puede ser pedido un referéndum de autodeterminación en cualquier Comunidad autónoma. Son las cifras de la ONU. Las dio para la separación de Montenegro del Estado de Serbia. Hay que ser valiente con la Unidad de España, alejarla de ser (ya no lo es, pero a los ojos de cualquier prejuicioso de turno) herencia franquista.

A mí no me asustan los referenda de nadie. Claro, el Estado español exigiría en esa negociación, y hasta celebrarse el referéndum enseñanza bilingüe, legalidad de rotular en español, cese de acoso a los no catalanistas y pluralidad real en los medios, y neutralidad de la Escuela, efectivamente realizados. Atajar las naturalizaciones express de inmigrantes afectos, etc.

Las cifras que dan título a este artículo parten de que para arreglar las cosas hay que ceder. Ceder significa aceptar mutilación de principios. Ni España, ni Cataluña (parte natural suya) son sagradas. Y son así de duras, estas cifras de partida, para que resulten estables. Ganar un referéndum con el respaldo del 47% del censo es acceder a una solución que podría cambiar en una legislatura. Y es estar siempre en las mismas. No salir del callejón cerrado.

Cese de la unilateralidad por parte de la Cataluña independentista y cambio en la Constitución. Toda otra posibilidad, directa al fracaso.