Vivimos angustiados por el temor a perdernos algo. Sí, algo, cualquier cosa, da igual lo que sea. Es otra de esas nuevas enfermedades producidas por el uso abusivo del móvil y de las redes sociales. Ese algo en realidad no es nada, más que la vana ilusión de que mientras estamos desconectados, ha ocurrido algo importante que nos estamos perdiendo. El mal ya ha sido bautizado con el terrorífico nombre de FOMO (Fear of Missing Out).

Pongamos como ejemplo un gran acontecimiento que se prolonga a los largo de los días. Imagínese que usted está siguiendo con preocupación todo lo que ocurre en Cataluña: la detención de los funcionarios que preparaban el referéndum, la incautación de papeletas y urnas, la congelación de fondos autonómicos, el llamamiento a la resistencia en la calle, la asunción desde Madrid del mando de los Mossos, así hasta el domingo o hasta el infinito. No soportamos perdernos uno solo de estos hechos. Necesitamos seguir la actualidad en directo.

Ya no nos sirven ni los periódicos de mañana ni las páginas web, necesitamos la instantaneidad que solo las redes sociales ofrecen. Eso sí, a riesgo de que se nos cuele alguna mentira, más conocida ahora por el oxímoron noticia falsa. Ya se sabe que si no es cierta, la noticia deja de ser noticia.

Esa ansiedad por no perderse nada es aplicable a todos los ámbitos. También a nuestra vida familiar o social. Pongamos por caso que no miramos whatsapp durante un día entero. Probablemente hayan anulado el entrenamiento del niño y nos presentaremos en el polideportivo como unos gilis, quizá nuestros amigos nos hayan convocado para ir al cine y no hemos contestado. Eso es la ruina social de hoy en día. Pensarán que o estamos muertos o somos unos mal educados que damos la callada por respuesta, que no reaccionamos, que es como hoy se llama a contestar.

Por no hablar de Facebook o de Twitter. ¿Y si Pérez-Reverte ha retuiteado nuestra última gilipollez y resulta que ahora mismo somos tendencia? Algo así no lo podemos perder. Toda la vida contando los seguidores para al final que nos pille en la inopia el momento de gloria, de popularidad como llaman los adolescentes a ese frenesí que sienten al ver cómo crecen las visualizaciones en YouTube o los me gusta en Instagram.

Hemos de tener cuidado en España con la ansiedad. Ya somos el país de Europa que más fármacos consume para combatir el mal de las sociedades avanzadas del siglo XXI. Pero es que siendo los más perjudicados por ese estrés dañino, no escarmentamos. Dispuestos a ser los primeros en cualquier cosa, también estamos a la cabeza en el porcentaje de usuarios de móvil: un 96%, por encima de países desarrollados como Estados Unidos o Francia. Uno de cada cuatro españoles tiene más de un móvil. Y luego nos quejamos que la nomofobia no nos deja vivir. ¿Qué no sabe lo que es la nomofobia? Nada que ver con los gnomos; en inglés, No Mobile Phone. No es ninguna broma.

El Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA) sostiene que la mitad de los españoles la padece. Es esa sensación desasosegante que siente cuando descubre que se ha dejado el móvil en casa o cuando comprueba que le queda una triste rayita de batería.