La transición del hiperliderazgo de Ramón Luis Valcárcel a una nueva generación política del PP que mantenga la estabilidad interna del partido y su potencialidad electoral está siendo especialmente convulsa. Ya durante los dos últimos años de aquél se respiraba una sensación de provisionalidad política, con todo paralizado y los grandes problemas amontonados a la espera de la oportunidad de escape del presidente en las elecciones europeas. A renglón seguido se sumó el paréntesis Garre, quien resultó un ´cuerpo extraño´ en la maraña de equilibrios internos que guardaban las llaves de los armarios después de veinte años de gestión en sobrada mayoría. Y en el tramo de PAS, en el que parecía que por fin escamparía, pronto se añadió a la acción de Gobierno la tormenta de las causas judiciales que descargaban rayos y truenos sobre la agenda institucional. Otros dos años de provisionalidad a la espera del desenlace, de todos conocido, fatal para el PP. E inmediatamente, la rueda de repuesto: López Miras, lastrado de entrada por la impresión del tutelaje y la improvisación. El PP ha seguido en el poder, pero transmitiendo la impresión de que estuviera de prestado, como a la espera de una normalización que nunca llega.

Después de tantos tumbos, a los populares no les queda otra que aceptar la realidad: PAS es una matica que no echó. Y hay que probar con López Miras, el hombre que pasaba por allí. El heredero del heredero. Se le entronizó en calidad de regente, en un mal cálculo sobre el tiempo de inhabilitación práctica del rey. Pero el rey no volverá. Por tanto, como ya anuncié el pasado domingo, la carta es: todo el poder para López Miras.

Cuando Nixon salió de la Casa Blanca empujado por el Watergate, los norteamericanos se echaron las manos a la cabeza al constatar que quien quedaba al mando era Gerald Ford, un tipo del que se decía que no sabía andar y mascar chicle al mismo tiempo. Sin embargo, hizo al menos una cosa buena: dio carpetazo a la guerra del Vietnam, aunque fuera apuntándose la derrota. Y contra todo pronóstico, su partido, el republicano, lo eligió candidato para las siguientes elecciones, que perdió frente al demócrata Jimmy Carter.

López Miras puede, sin duda, mascar chicle y andar (qué digo andar: incluso jugar al fútbol) al mismo tiempo, aunque todavía es una incógnita para casi todos y un perfecto desconocido para los más. Se parece a Ford en que será elegido presidente de su partido y designado candidato electoral, con el riesgo de que se le siga pareciendo cuando tenga que comparecer por primera vez a unas elecciones. En el PP, como lugarteniente de PAS, ha tenido durante los últimos años un protagonismo (sección Organización) que le permite conocer el percal y estar al tanto de todo lo que se mueve en él. Otra cosa es que este inesperado ascenso al liderazgo, forzados todos por las circunstancias, responda a deseo. Hay una gran diferencia entre deseo y necesidad. Y el PP se entrega a las manos de López Miras en razón de necesidad. No hay otra opción que seguir hacia adelante. Para pasar a la fase de deseo, el que pronto será presidente de su partido tendrá que ofrecer desde el Gobierno pruebas muy constatables, y esto enmedio de una gestión heredada desde los tiempos de Valcárcel (agua, aeropuerto, soterramiento AVE, financiación, déficit, servicios públicos, más los coletazos de la corrupción...) que constituye su particular guerra del Vietnam.

Quedan dos años (dos ´cursos políticos´) para las elecciones de 2019. El primero es el decisivo, pues es donde se forjará la imagen del líder. Las primeras impresiones son las que valen; mejorarlas, si de entrada no son del todo positivas, cuesta siempre un riñón. El ´segundo curso´ será inevitablemente de postureo electoral, y lo que sea o no sea, ya estará hecho. Por tanto, en octubre empieza la carrera en solitario de López Miras como plenipotenciario líder del PP y de su Gobierno, y el sprint tendrá que ser sostenido. Desprendido ya de cualquier estigma de tutelaje, será peor que se añore la etapa en que presuntamente era tutelado.

La fatal casualidad ha querido que López Miras sea designado jefe del PP y candidato electoral por los órganos directivos de ese partido tan sólo un día antes de que los socialistas elijan a su líder en la segunda vuelta de unas primarias que se resuelven con la fórmula ´cada militante, un voto´. Una estimable diferencia en cuanto a calidad democrática en tiempos de alerta sobre la confianza pública en los partidos y las instituciones políticas. Mucho que hacer y mucho que cambiar.

Ya se verá si el nuevo líder del PP apunta a una prolongación de la provisionalidad o trae la humildad y la determinación para no ser otra estrella fugaz.