El abuelo de uno de los jóvenes terroristas abatidos tras la masacre de Barcelona decía, lamentándose del hecho, que su nieto había sido educado e islamizado en España, no en Marruecos. Estaba poniendo, quizá sin proponérselo, el dedo en la llaga. Uno de sus amigos desde niños, criado también en Ripoll, se manifestaba, sorprendido, sobre el autor de la matanza: «Lo voy a resumir: de puta madre», decía con el mejor modismo spanishcalle, «fíjate que incluso mis padres me lo ponían de ejemplo, y mira ahora». Pero es que todos los componentes de la célula que han sido abatidos, así como casi todos los que se han inmolado matando en los atentados acaecidos en cualquier país europeo, pertenecen al mismo patrón. Criados y educados en los países contra los que se revuelven.

Y eso, digo yo, estará señalando algo. El Consejo de Religiones Islámicas de España (su logo está formado con los colores de la bandera española) en su rotundo comunicado de condena del atentado en Cataluña, salta algo que quizá nos lleve a una pista. Se confiesan contrarios a la violencia, y condenan, una vez más, el uso del Islam por los asesinos, puesto que el Islam es un mensaje de paz (la misma palabra islam significa paz) pero advierten que, a pesar de sus esfuerzos, por ellos solos desde las mezquitas no pueden garantizar el control de los descontrolados, ni terminar con la violencia y la radicalidad, si no es con la ayuda y la colaboración del Estado y de la sociedad. Que los fundamentalistas y los fanáticos se forjan entre la intolerancia de la calle y no en las mezquitas, aunque malutilicen El Corán.

Y algo de verdad hay en ello. El sistema religioso islámico, al igual que el judío, no se basa en ninguna jerarquía como la católica, cuya cúpula ordena sacerdotes y los va haciendo formar parte de una estructura definida y de total obediencia al dogma y a la escala superior. Por el contrario, los imanes, al igual que los rabís, son elegidos por cada comunidad de entre ellos mismos (al estilo de las primeras comunidades cristianas) y tienen la libertad de desarrollar, interpretar y aplicar su propia escuela de pensamiento. Los Consejos Nacionales Islámicos son implantes posteriores que se esfuerzan por formar y controlar a imanes ´oficiales´, y aconsejar que los imanes que elijan las comunidades se les ´obligue´ a pasar por un proyecto de formación antes de ejercer como tales. Pero no es fácil cambiar un sistema con casi un milenio de tradición, y que es calco de otras creencias religiosas igual de milenarias.

Al final, por mucho Corán que haya de por medio, el islamismo de calle se interpreta según el imán de turno, lo que lo hace susceptible de ser manipulado, retorcido y falseado por imanes modelo a aquel tristemente famoso de Fuengirola, o por agentes apocalípticos como el de Ripoll, que vació, lavó y catequizó cerebros jóvenes y los convirtió en matarifes al grito de «Alá es Grande». Igual hay otros que, por el contrario, denuncian y advierten a la fuerza pública de aquellos elementos que advierten fundamentalizados.

De ahí que las bandas de sicarios, como el Isis, financiadas por sátrapas oligarcas islámicos en beneficio de sus (crudos) intereses, puedan reclutar kamikazes, mártires a bajo costo, entre los jóvenes menos formados, más descerebrados, más rechazados y más marginales de sus comunidades europeas. Es tremendamente motivador ganarse el paraíso de las huríes matando ´cruzados y judíos´, como gritaba uno de ellos, y de paso tomar debida venganza personal de una sociedad que siempre lo ha llamado despectivamente ´moro´ durante todo su corto espacio de vida.

Que tan ignorantes son que ni siquiera saben que moro, mauri, significa ´señor´, como Mauritania quiere decir tierra de señores. Y así pasan a capitalizar los intereses bastardos de las fuerzas oscuras que los utilizan. ¡Resultan tan baratos de usar y tirar! Y ahí mismo es donde está la responsabilidad de las naciones en donde nacen, se educan y se crían. En criarlos, educarlos, formarlos e integrarlos especialmente. En colaboración con las comunidades islámicas si fuera preciso, claro está.

Yo veo muchos jóvenes de estos en las calles, ociosos, solos o en pandilla, si nada que hacer ni en qué ocuparse, ni en qué pensar. Son los mismos que mañana pueden ser convertidos en soldados suicidas de un Alá falso y falseado. Pero nadie hace nada al respecto. Son jóvenes desestructurados que se hacen fuertes entre ellos ante el rechazo de los descendientes de los cruzados. Son, eso mismo, moros, y lo seguirán siendo siempre. Es el error en que han caído muchas naciones europeas, pero ¿será el mismo error en que caigamos nosotros también? Aún estamos a tiempo.

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