Desde sus aleteos iniciales previos a la Expo 92, el AVE ha servido a diversos fines.

De una parte, propició pelotazos de órdago protagonizados ora por responsables políticos, ora por los propios directivos de Renfe o Adif. Basta consultar la hemeroteca.

De otra parte, ha servido para sembrar el país de vanguardistas estaciones en medio de la nada. Casos como Utiel Requena, que al igual que ciertos aeropuertos y autovías, no usa ni el Tato.

Una tercera utilidad ha sido la de arruinar las arcas públicas a base de riadas de millones a fondo perdido por toda nuestra geografía. Se han publicado informes y artículos, estos sí, discretamente soterrados, en que economistas y expertos tildan el asunto de la alta velocidad española de gigantesco fiasco económico. Con mucha menor densidad de población, tenemos más quilómetros de alta velocidad que nadie en Europa. Sólo nos tose China, treinta veces más poblada.

La cuarta utilidad ha sido subvencionar desplazamientos a una minoría de usuarios, ante todo ejecutivos, profesionales y políticos. Recordemos que al margen de la colosal inversión en tan flamante infraestructura, su mantenimiento y gestión diaria nos cuesta un riñón. Si se pagara el precio real del billete, los AVE andarían aún más vacíos de lo que ya andan.

La quinta función del pajarico de marras ha sido la de generar rutilantes noticias, bonitas fotos con sonrientes alcaldes y presidentes regionales en cada inauguración. Y curiosamente, en los días previos a cada convocatoria electoral.

La siguiente, y ya van seis, ha sido la de abandonar a su suerte al tren convencional. Sobre todo los de cercanías. Esto es, el tren de los pobres, ese que necesita realmente la población para su actividad diaria. Resulta que si una mínima parte de lo invertido en alta velocidad, se hubiera empleado en modernizar el tren convencional, hace años que los murcianos estarían viajando a Madrid en un tiempo cercano al que hoy nos propone ese AVE desviado a Alicante. Y además, se hubiera aliviado en parte el gravísimo problema de movilidad en esta ciudad y en esta región.

La séptima utilidad del AVE, lejos de su pretendida función vertebradora del país, resulta precisamente la contraria. En la vieja Castilla o en Galicia, donde se hallan los AVE más ineficientes de este monumento nacional al despilfarro, las empresas de autobuses hablan de competencia desleal. La única forma de lograr que alguien suba al tren es reducir el importe del billete a un tercio de su precio real. Sin embargo, a diferencia de los autobuses, el superpájaro no para en las pequeñas ciudades de tan vasto territorio. La tendencia será que autobuses que pasan por Medina del Campo, La Bañeza y tantos pueblos, terminen por ser deficitarios y se supriman servicios al no contar con parte de los pasajeros de Madrid a Valladolid o León. Se contribuirá así a la desvertebración del país y al serio asunto de la despoblación interior.

La octava utilidad tiene que ver con una curiosa percepción de la cosa de la sostenibildad medioambiental. El AVE a Barcelona, un tren dopado por el dinero de todos, ha supuesto la práctica desaparición de aquel puente aéreo que sí era rentable y no consumía dineros públicos. También ocurrirá con los vuelos a Vigo o Coruña, firmes candidatos hoy a aeropuertos fantasma. Y lo cojonudo del asunto es que la mareante alta velocidad a Galicia, amén de encabezar el coste mundial por quilómetro construido, supone tres horas más de viaje que el servicio aéreo.

La novena utilidad del AVE tiene un color netamente local. En Murcia, su llegada va a suponer la construcción de un novedoso y gigantesco aviario en forma de vergonzante muro. Lo original del invento es que será la ciudad, no el AVE, la que se vea dividida y encerrada en tan formidable jaula. De tal guisa que el pajarico, convertido en depredador y mitológico grifo, vuele libre, raudo y veloz. Es nuestra aportación a tan disparatada feria de las vanidades.

Y lo mejor es que los murcianos que viajamos a Madrid dos o tres veces al año, seguiremos haciéndolo en bus o en vehículo propio. Jóvenes y estudiantes seguirán usando el flexible blablacar. Y quienes a diario usan el olvidado tren de cercanías, ese que se cae a pedazos, viajarán a Madrid en AVE una vez... o ninguna.

Eso sí, quienes sufren mayor precariedad social y laboral quizás deban rehusar empleos en el Cabezo o Torreagüera, pues tal vez vivan en la Era Alta o La Ñora. Y sin coche propio, no hay forma cristiana de desplazarse dentro del municipio: eternos transbordos y dineros que no cubre un salario al uso en Murcia. Es lo que tiene ser pobre, se vive siempre a desmano.

¿Y qué decir de los vecinos del sur de Murcia? Les ha tocado el rincón más sombrío del aviario, de esa moderna jaula que amenaza con encerrarlos de por vida.

Y es que aquí, el único soterramiento que interesa acometer no es precisamente el de las vías, sino el de la responsabilidad por tanta mentira a cuenta del pajarraco.