Pasó casi inadvertido. Pero el pasado jueves por la noche un millar de históricos sindicalistas, antiguos miembros del PSUC, socialistas y 'otras razas' de la izquierda se unieron, en Barcelona, para oponerse al referéndum de independencia. Y lo hicieron, como bien informó Rafael Mendes, en El Periódico, en la presentación de un manifiesto contra el soberanismo y con la escenografía de la izquierda más clásica: canciones de Paco Ibáñez, menciones a Machado y alguna bandera republicana. «Decimos claramente y con fuerza no a la independencia de Cataluña y al 1-O. Decir no es decir sí a la unidad de los trabajadores con los del resto de España», clamó uno de los organizadores.

Salía así del armario una vieja izquierda arrollada en los últimos tiempos no sólo por la izquierda nacionalista (¡qué oxímoron!) sino también por otra que se ha dado en llamar nueva. Una vieja izquierda relegada y silenciada por unos jóvenes sobradamente preparados pero inexpertos y ofuscados en un asunto tan importante como puede ser la cuestión territorial.

Todo indica que habrá declaración unilateral de independencia los días posteriores al referéndum, o lo quiera que sea lo que se va a celebrar el 1-O. Tras el choque de trenes institucional vendrá el civil o ciudadano, que es el más preocupante. El que de verdad puede hacer que salte todo por los aires. El que amenaza con dividir familias, vecinos, territorios. Y habrá que tomar partido. Inequívocamente. Sin tapujos. Sin querer nadar y guardar la ropa. Sin falsas equidistancias, estilo Colau. Sin estrambóticas piruetas dialécticas, estilo Iglesias.

En esta ceremonia de la confusión en que se mueve la izquierda, yo quiero solidarizarme con ese millar de 'viejos' luchadores antifranquistas que representan a tantos otros miles y que defienden los derechos de los trabajadores por encima de las fronteras.

Debo de ser yo también de esa 'vieja izquierda' que se siente orgullosa de «ser la generación del régimen del 78», el que ha construido el Estado del Bienestar y ha intentado dar una salida constitucional y abierta a los problemas territoriales.

Soy, sin duda, de esa 'vieja izquierda' porque, como afirma el manifiesto, sigo pensando que «España es una democracia aunque le pese a más de uno». Porque advierto alarmado, como queda patente, que el procés ha terminado por dinamitar a la izquierda catalana y que si no ponemos remedio terminará por dinamitar a la española. Porque constato con preocupación que la deriva de algunos dirigentes de Podemos en el problema catalán está llamada a provocar una desafección entre las bases y sus dirigentes tan grande como la que se ha producido durante la crisis entre la casta y el pueblo, entre los de arriba y los de abajo.

Soy de esa vieja izquierda porque, como vinieron a decir Antonio Gutiérrez y Nicolás Sartorius, nos unen demasiadas luchas para dejar que nos separen. Porque me siento patriota en la misma medida que pudieron sentirse los jacobinos de la revolución francesa, los regeneracionistas de finales del XIX, los republicanos españoles o los exiliados tras la Guerra Civil, que llevaban el nombre de España en lo más profundo de su corazón.

Soy de esa vieja izquierda porque, como parecen olvidar quienes apoyan directa o indirectamente a los Puigdemont y Jonqueras, sostengo que en 1978 Cataluña ya se autodeterminó y decidió cuál era su relación con España. Se lo ha recordado, por cierto, con gran valentía, Serrat al señalar que este referéndum no es ni legal, ni transparente, ni representativo.

A nadie se le escapa que se acercan días difíciles en que ningún escenario, por muy catastrofista que sea, está excluido. Y sobre todo, que va a costar mucho superar la gran fractura social que se ha generado en Cataluña. Se necesitan muchos progresistas valientes, como los que han firmado el manifiesto antiindependentista, para combatir el discurso de un nacionalismo excluyente que falsea la historia y la realidad derribando el orden constitucional. Sí, definitivamente estoy con ellos. Ni inmovilismo de Rajoy, ni falsas equidistancias, ni soberanismo de Puigdemont. Definitivamente, pertenezco a esa vieja izquierda.