No sé quién fue el que dijo que «la calidad y legitimidad democrática de un proyecto depende directamente de la pureza de los medios empleados para conseguirlo», pero me gusta y lo comparto. Después del espectáculo al que hemos asistido en el parlamento de Cataluña, no nos cabe duda de que la calidad y legitimidad del proces es nula, y tampoco nos cabe duda de que los independentistas son totalmente ajenos al sentido del ridículo. Lo han demostrado con creces a lo largo de toda esta insensata cruzada.

Uno de los problemas de nuestra querida España y también de nuestra democracia, es la enorme discrepancia entre las capacidades intelectuales de algunos de los dirigentes de las instituciones y el enorme poder que se deposita en sus manos. Disponen de herramientas tan potentes como todo un Parlamento o consejerías con competencias en educación, seguridad, etc. Y con ellas pueden hacer todo tipo de tropelías como adoctrinamiento en las escuelas, coaccionar a los funcionarios (incluidos de cuerpos de seguridad) a saltarse la ley, o perpetrar actos de sedición como los que hemos visto televisados al más puro estilo de un reality show en el parlamento de Cataluña.

Echar ni tan siquiera un rato intentando razonar con alguno de estos personajes que defienden el procés es una auténtica pérdida de tiempo. Los amigos no necesitan que les des tus razones porque las comparten, los enemigos no tienen ningún interés en ellas ni te van a creer, y los idiotas no las van a entender.

El desconocimiento de los principios básicos de un Estado de Derecho y de una democracia que exhiben ufanos todos aquellos que sostienen que saltarse las leyes de un país democrático es legal, les excluye de cualquier conversación medianamente inteligente y racional.

Aquí no se dirime sólo un problema nacionalista. Hay mucho más sobre la mesa, es la supervivencia del propio sistema democrático lo que está en juego. Si saltarse las leyes por las razones que sean sale gratis, mañana todos estaremos tentados de hacer lo mismo con las leyes que no nos gusten y oigan, estoy seguro que todos tenemos leyes que no nos gustan. Lo que más le gusta a un ignorante es que le discutas porque le estás dando cancha para soltar su verborrea absurda basada en conceptos equivocados.

La democracia se creó para evitar que nos matáramos decidiendo quien tenía razón, nos dimos una ley máxima: la Constitución y por debajo de ella ninguna otra ley podía ir en contra de los preceptos de la ley máxima. Votamos esa constitución y se aprobó. A partir de ahí se desarrollan las normas de convivencia de nuestra sociedad bajo el paraguas del Estado de Derecho donde impera la ley y los derechos que nos otorga a cada uno de nosotros.

Las leyes se pueden cambiar si se cree oportuno, pero su cumplimiento mientras estén en vigor es un punto indiscutible, y quien no comulgue con esto, desconoce los principios que rigen a las sociedades democráticas.

Si no cumples las leyes que no te gustan ¿qué legitimidad tienes para pedir que se cumplan las que a ti si te gustan? El peligroso camino que han escogido algunos dirigentes catalanes bordea una senda más cercana al abismo que a la gloria.