quello de la pertinaz sequía es la típica frase que va asociada a una generación, concretamente a la de mis padres: sus descendientes solo podemos llegar a atisbar algo de su significado por lo que nos han contado, pero nunca llegaremos a comprenderlo en toda su profundidad. Digamos que pillamos el referente, pero no el sentido. Parece ser que en los años cuarenta se sucedieron varios veranos sin precipitaciones reseñables, con lo que las cosechas fueron escasas y, para calmar la exasperación de la gente que se moría de hambre, los medios de comunicación del franquismo se sacaron de la chistera esa cursilada de la pertinaz sequía a ver si colaba y nadie le echaba en cara al régimen su manifiesta incompetencia.

Ahora estamos otra vez con una pertinaz sequía (provocada por el cambio climático, sin duda alguna) que parece mucho más peligrosa que aquella porque es estructural (ha venido para quedarse, me temo), pero nadie habla del asunto y se limita a meter la cabeza en el agujero. Lo único que se oye en calles y plazas es que «hace buen tiempo», como si la falta de lluvia fuese una buena noticia. La sociedad española, que entonces era mayoritariamente rural, se ha vuelto urbanita y, como los alimentos se importan y el agua parece que sobre€ todos tan contentos. Ya veremos lo que pasa con nuestra cultura del derroche el día que los ochenta millones de turistas no tengan agua y las leyes del mercado pongan los precios de la comida por las nubes.

Aun así, esta pertinaz sequía física, con ser grave, lo es menos que otra todavía más ignorada, la pertinaz sequía cultural. Pero hombre (me dirán), a quién se le ocurre comparar un verdadero desastre natural, que afecta al planeta tierra en su conjunto, con una cosa prescindible como es la cultura. Pues miren, por dos razones. La primera, porque la falta de lluvia ya no está en nuestras manos arreglarla y la falta de cultura sí. Y la segunda porque si algo puede hacerse todavía, lo tendrán que emprender personas que antes hayan restañado sus carencias culturales.

¿A qué se llamaba cultura en los medios de comunicación estivales, de los que, como estábamos de vacaciones y teníamos tiempo, nos hemos atiborrado? Pues miren: resulta que los festivales de música que reunían a miles de jóvenes en localidades que luego quedaron arrasadas y llenas de basura se consideran cultura; resulta que la constatable reanudación del pelotazo urbanístico de la segunda residencia se considera cultura; resulta que las actividades deportivas que movilizan a cientos de personas y dejan atrás caminos polvorientos, montañas llenas de desperdicios y playas que se asoman a un mar en el que flotan la grasa y los plásticos se consideran cultura. Todo esto sumado a consumos de energía absolutamente inasumibles, como la gasolina para los millones de coches y aviones que se han movilizado este verano o la electricidad derrochada en el aire acondicionado que ha permanecido encendido día y noche en casi todos los hogares.

No nos damos cuenta de que nuestra cultura occidental, la gran causante del cambio climático, está pudriéndose irremediablemente y que los sucedáneos culturales que tanto nos irritan, la televisión basura, los best sellers para cretinos y la música alucinógena, son solo la punta de un iceberg mucho más peligroso que va a chocar con nuestro Titanic de un momento a otro.

Aún dicen que la gente, pobrecita, está triste porque tiene un trauma post vacacional. Se consuelan pensando en las próximas vacaciones invernales, cuando la depredación del esquí acabará con las pocas reservas de agua que quedan para satisfacción de una minoría. Hace falta ser descerebrados: esto viene a ser tanto como que uno que acaba de librarse de la guillotina se queje de que le duele la cabeza.

Lo nuestro es peor que una pertinaz sequía, es una pertinaz estupidez.