La niña de Rajoy tendría ahora nueve años. Me refiero a esa pequeña imaginaria que nuestro actual presidente del Gobierno se sacó de la manga para cerrar el debate que mantuvo con su antecesor, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, previo a las elecciones generales de 2008. El líder del PP esbozaba un futuro idílico para la virtual recién nacida. Soñaba con que esa niña tuviera una familia, una vivienda y unos padres con trabajo. Quería que esa pequeña recibiera una educación brillante, con idiomas, para pasearse por el mundo sin complejos, con un título profesional que se cotizara en todo el mundo. Le auguraba crecer en libertad, sin miedo a las ideas de los demás y que aprendiera a respetar a todos los que respetan la ley. Rajoy quería a una niña orgullosa de ser española.

Si la niña del presidente fuera real, es probable que se avergonzara de vivir en un país donde algunos se saltan la ley a la torera, donde sentirse español es un riesgo, porque te acusan de fascista, cuando los que han dado más muestra de intolerancia y de imponer sus ideas a la fuerza son, precisamente, quienes dicen no sentirse españoles. La niña de Rajoy crecería en un país con miedo, en el que tanta tensión ya ha roto algunos coches de las Fuerzas de Seguridad, en el que, si no se pone mesura, la violencia puede estallar en cualquier momento, en el que todos deseamos que esos males mayores que se auguran no conlleven más desgracias.

Si la niña de Rajoy viviera, tendría bastantes posibilidades de hacerlo en una familia que las pasara canutas para llegar a fin de mes, o peor, en el que alguno o todos sus miembros se encontraran en el paro y sus ingresos fueran tan ridículos que estarían a punto de perder su vivienda y vivir en la calle, como les ocurre a 611 personas en Cartagena, según el avance de un estudio de la Universidad de Murcia que hemos conocido esta semana.

Si existiera la niña de Rajoy, es probable que estuviera recibiendo una excelente formación académica para conseguir un título que lucir. Que estuviera aprendiendo idiomas, pese a los vaivenes que la enseñanza bilingüe está dando en nuestros centros, con pruebas y experimentos fallidos, fruto de la falta de previsión, de la improvisación y de una educación dividida en al menos 17, tantas como comunidades autónomas, y en la que existen hasta 25 libros distintos para impartir una misma materia. Lo curioso es que quienes advierten de este depropósito formativo son los propios editores, a pesar de que ellos se ven benefeciados por esta variedad en las mochilas de nuestros escolares. Y quizá, la niña de Rajoy se podrá pasear con sus diplomas por todo el mundo, pero no para presumir, sino porque, si la cosa no cambia, se verá obligada a emigrar en busca de un empleo con un salario decente que se le niega en su tierra, a la que, sin embargo, siempre querrá volver, porque, a pesar de todo, seguirá pensando que como en España no se vive en ninguna otra parte.

En Cartagena, acabamos de vivir un nacimiento ilustre, pero esta vez de un niño real, el de nuestra alcaldesa, Ana Belén Castejón. Su alumbramiento me ha llevado a emular a Rajoy y a desearle al hijo de nuestra regidora un futuro idílico en su ciudad, la que capitaneará su madre durante dos años, cuando culmine la baja de seis semanas que se ha cogido. Para empezar, ojalá que dentro de una década, el niño de Castejón viva en el país ideal que dibujó Rajoy hace diez años, en el que, sea quien sea el presidente, sea del signo que sea, todos trabajan por conseguir esos objetivos que se marcaba en 2008, en lugar de convertirlos en problemas a través de los cuales conseguir un rédito electoral.

Por lo que respecta a nuestra ciudad, ojalá que ese niño crezca en una tierra donde todos nos respetamos, sin desplantes ni desprecios a un presidente regional y a todos los festeros en el balcón del Palacio Consistorial, sin menospreciar el trabajo desinteresado de miles de carthagineses y romanos al convertir las fiestas en otro escenario del debate político. Ojalá que, seamos o no provincia, viva en una ciudad alejada de los radicalismos que tan mal final suelen tener, como estamos comprobando.

Deseo que el hijo de nuestra alcaldesa vea por fin cómo el precio que paga por el agua ha bajado después de tantas promesas de que nos saldría más barata. Y que también disfrute de calles más limpias y jardines perfectamente conservados porque se ha resuelto definitivamente la adjudicación de este servicio.

Sueño con que los cartageneros de la próxima década puedan ver grandes competiciones en el futurista Palacio de Deportes de la Rambla y que disfrute de más espectáculos en un Auditorio en el que estemos más preocupados de ofrecer carteles atractivos, porque se han resuelto todas las polémicas sobre su coste y su explotación. Que se enorgullezca de un muelle repleto de actividad y de un puerto con múltiples escalas dobles y triples de cruceros. Que no se desespere durante las más de cinco horas que dura el viaje a Madrid en tren, porque puede coger el AVE en una estación rehabilitada y ajetreada por el creciente turismo.

Su madre sólo tiene dos años al frente del Ayuntamiento, al menos de momento y, aunque pueda parecer poco, estoy convencido de que desea la mejor ciudad para su hijo y, si actúa en consecuencia, también será lo mejor para Cartagena y los cartageneros.

Enhorabuena, señora alcaldesa.