Yo no sé a ustedes, pero a mí los periodistas deportivos me hacen mucha gracia€ bueno, digamos cierta parte, una buena parte de ellos, no sea que se me moleste el gremio y me retiren el saludo, que algún amigo cuento entre ellos. Y son un par de cosas. Los comentaristas de los noticiarios, por ejemplo, fíjense que dan sus noticias gritando. Lo hacen siempre en un tono mucho más alto que los del resto de informadores.

Algunos, como uno de la una, a voz en grito, en muchos tonos más altos. Como para sorderas. Y los/las que acompañan a los panteones de los dioses de aquí para allá en sus desplazamientos, ni les cuento. Yo entiendo que, en descubierta, deben alzar la voz sobre el ruido ambiente, vale, pero que se haga por sistema también en los estudios, no entiendo la razón de porqué han de convertirse en efigies gritonas, la verdad.

Y la otra son las hipérboles que utilizan, cada vez más, en sus calificaciones deportivas. Fíjense en el cáustico Matías Prats, y es de los que menos. Algunas pasan de patéticas a peripatéticas, y oigan, que una vez puestos a hiperbolizar yo también sé hacerlo. Pero son tales excesos verbales que acaban por quitarle, en su abuso, todo el valor que le pretenden dar a sus comentarios. En sus crónicas califican a los protagonistas y a sus hechos de gestas, de heroicidades. Cuanto logran es espléndido, magnífico, maravilloso, épico, bárbaro, apoteósico, galáctico, cósmico y ditirámbico, sobre todo ditirámbico. Hay cada vez más que califican los goles, o los partidos, de históricos. Han llenado tanto la historia de morralla que han vaciado la propia historia de sentido. Ahora, con cualquier cosa y en cualquier caso se hace historia. O mejor, subsubsubhistoria.

Lo cierto, fíjense, es que yo no atino a adivinar las causas de este fenómeno de exaltación, de fuegos artificiales y artificiosos, en las crónicas deportivas. En vestir de epopeya lo que solo es una lucrativa actividad deportiva. No sé por qué los motivos de estas pirotecnias grandilocuentes.

Se me ocurre pensar como premisa que puede ser la expresión de un deseo subconsciente en darse a sí mismo importancia dándola exageradamente a lo que no la tiene. Ya saben, el sentimiento de transferencia€ el detalle psicológico que, ensalzado el acto, ensalzo al vocero del acto, que es el menda, testigo privilegiado de los admirables e inenarrables hechos que narra este menda€ O algo tan simple como procurar que el oficio del que uno vive, y vive tan bien, sea por siempre bendito y alabado, y no decaiga, y se justifique siempre, y nunca falte el pan en la mesa del que lo amasa.

Por supuesto, todo esto son elucubraciones, curiosidades de cosas, cosicas más bien, que siempre han llamado mi pobre atención. Y que para mí no tienen más importancia que la gracia que me hacen. Es tan solo que, en algunas ocasiones, me producen vergüenza ajena. Como esa de llamar a Messi el Mesías, o a Maradona la mano de Dios porque marcó un gol con ella, que si es un don nadie se la cortan, pero por ser San Diego se le diviniza. O la última malparida, chiste facilón y burdo, soez y cretino como él solo, de que Cristiano Ronaldo es Dios desde que se levanta hasta que se acuesta€ y que defrauda impuestos como Dios, que también puedo yo ser cutre a la hora de hacer juegos de palabras, vaya una leche.

Pero, enfín, entiendo que a los aficionados, mucho menos a los ultras, no les gusten mis comentarios ni estas criticas. Mucho menos a los críticos, precisamente. Por eso no me importa que, en justa reciprocidad, ellos hagan conmigo lo propio, y me critiquen por criticar. Y es que, miren, a mí también me gustan los ditirambos y las hipérboles y las polisílabas y las esdrújulas y esdrujulísimas, lo que pasa es que las prefiero en su justo término y lugar, y en su justa y ajustada valía, sobre todo. Algo así, por mal ejemplo, como que la pirotecnia verbal puede ser tan deslumbrante como la más vistosa de las palmeras de fuego derramándose a sí misma sobre el mar en una noche de verano€ Bellísimo, ¿n´est pas?´

Pues no es mío, es de la espléndida escritora Sánchez Mellado. Hala, a tomar el viento a la farola.

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